miércoles, 17 de agosto de 2011

“Perfil del cargo”




Me han encomendado contar cosas, porque soy buena para eso, o eso algunos creen, así que en vez de hacer conjeturas y tratar de adentrarme en argumentos de lo que sucede con Somalia, Londres o Chile, como en un stand up comedy, tengo que redactar un parloteo para la diversión de los lectores.

Les puedo contar que me echaron cagando de Metagroup, por medio de una psicóloga laboral. Me llamaron a la oficina el día 29 de julio y yo andaba con una caña de los mil demonios.

El día anterior había ido al Passapoga a disfrutar de un carrete a lo mero macho, con wisky, cocaína, y latinoamericanas, con algo más que las venas abiertas, bien escasas de ropa. Como misteriosamente poseo un sex appeal masculino superior incluso al de un hombre, una paraguaya de un par de metros y con un culete donde se congregaban todas las batallas de chaco, me bailó con desenfadado ritmo.

Linda experiencia. Pero como no hay bien que por mal no venga, al otro día el boomerang cósmico, se encargó de hacerme saber que la vida no es sueño.

Hacía un mes me había interrogado la psicóloga, una de esas minas “nada” con los ojos saltones: ¿Cómo te sientes? ¿Qué haces? ¿Qué cosas te molestan? Y con mi talón de Aquiles que es la incontinencia de honestidad, le contesté cada una de las preguntas. Le dije que la cultura organizacional respondía a un modelo feudal, solo que el inquilinaje urbano no existía, pues siempre estaba la nostalgia de la las cosas fueran colaborativas en una lógica grupal, donde el poder puede transitar.

Me molestaba profundamente tener que demorarme no más de 5 minutos en el baño, abrir la puerta y contestar el teléfono como si fuera secretaria, tener que quedarme un día de turno sin poder salir de la oficina en todo el día, que no hubiese toalla para secarse las manos, que hubiera un programa computacional espía en cada computador, pero lo peor, peor, que la única persona autorizada a tener personalidad fuera la patrona.

Le expliqué que me refería a que si alguien se reía u opinaba, ella de inmediato salía de su oficina, único lugar no hacinado, para fisgonear e incluso preguntar el porqué de la algarabía. Las opiniones tampoco eran tomadas en cuenta, por nuestra profunda ignorancia. Ninguno de nosotros estudió en El Nido de Ágilas, a los más, habíamos ido al circo Las Ágilas Humanas.

Porque había un nexo entre todos los que ahí arrendábamos nuestro cuerpo e inteligencia. Teníamos un patético perfil: 1 marica misógino y arribista que admiraba profundamente el pelo rubio de la patrona y que era capaz de hacerse autobullying con el fin de hacerla reír, un actor fracasado, empalagoso y servil que sueña con llevar a su hija a Disney World, un par de sopaipillas humanas, con una obesidad que podría rayar en lo mórbido, una despedida del 13 por su tendencia fascistoide, hijas de una camada de 10, de familia puentealtina, capaces de echarse toda la pega de la empresa encima, incluso a la manera de verdugos por 600 lucas, enfermos crónicos plan auge, 1 joven con problemas de crecimiento y autoestima, 1 hipster- indi-gente, 1 Metro-línea 4- sexual y yo, madre soltera con cara de lesbiana, o maraca, depende si hubo o no alternancia.

Por eso nunca he creído en la caridad. Siempre encubre un deseo de abuso de parte del supuesto benefactor. Uno que con dinero, obtiene poder, y que el respeto termina, producto de su incapacidad de verdadero liderazgo, en una asquerosa mezcla de miedo y repulsión.

La buena noticia fue que ese fatídico 29 de julio, llamada al cadalzo al más puro estilo “Vigilar y Castigar” Patrona y psicóloga laboral, me informan de que no cumplo con el “perfil”.

Luego de 10 meses de contrato indefinido se daban cuenta de que yo no servía para mi cargo. Si, me indigné, y hablé de Nietzsche y los psicólogos y de las libertades individuales, y que no me explicaran nada más, que no era necesario. Me despedí de los que seguían cumpliendo con el perfil, y me fui, por fin a la original hora de salida.

Pasó nada más que el fin de semana de humillante cesantía, o dignificante libertad, porque el mismo lunes encontré chamba. Claro, me tomé esa semana en la cual me plegué a las protestas, desde las sutiles en la fila de los bancos y supermercados, hasta las apoteósicas, que estoy convencida le cambiarán el rostro a este país de mierda, plagado de metragrupos que calzan medio a medio con su servil y espantoso “perfil de cargo”, ese que a Hinzpeter le cae como anillo al dedo en un sistema mediocre, represivo y egoísta, pero que va a caer -los Mayas fueron un pueblo muy caperuso- va a caer como la educación de Pinochet.

Al Pingüino desconocido




A los únicos que conocemos por que ya han sido portada de los diarios tradicionales, e incluso compartieron el panel de los programas de farándula política más importante del país, son Giorgio y Camila. Cada uno con sus fortalezas individuales, y ese común sonsonete de dirigente sindical, nos han hecho conocer las demandas que cambiarían el rostro de la educación chilena.

Parecen tenerla bastante clara. No incurren en excesos, solo de belleza, y así provocan la empatía de amplios sectores. La demanda es justa, y todos lo sabemos. Es por eso que esta causa es compartida por la mayoría, sin partidos de por medio, que se entrometen con declaraciones respecto al supuesto congelamiento de los estudios de Camila, o la demonización de los dichos de Gajardo –como si no se pudiera ser judío y antisionista, o católico sin ser opus dai-, al verse amenazados por esta nueva forma de ejercer la política, distinta a las maquinarias y la mediocridad del procedimiento al que están acostumbrados.

El estudiante universitario, en general, está en la recta final por pavimentar su ascenso a vida “adulta”. No estudia sólo porque quiere aprender, sino porque quiere sacar una carrera y ser remunerado por el ejercicio de la profesión que estudió. El tiempo es oro y la “inversión” a futuro parece ser lo más importante. Por eso parece ser más loable que jóvenes que en la quemá de convertirse en exitosos profesionales, se dediquen a una lucha sin tregua por conseguir el objetivo de educación gratuita y de calidad para todos y todas.

Personalmente agregaría a la demanda por educación superior gratuita, el compromiso de los hoy estudiantes universitarios a no lucrar con la educación, vivienda y salud, una vez conseguido su título universitario y una plaza laboral, ya que sabemos de sobra, que muchos planteles inculcan dentro de la malla curricular ideologías basadas en el capital.

De esa forma no seguiremos reproduciendo una ideología que lamentablemente no fomenta el estudio porque se quiere conseguir superación intelectual, o ser útil a la sociedad, ya que se ha pensado en la educación como trampolín de ascenso social, justamente porque el arte y los oficios han sido relegados a empleos de cuarta categoría.

El arribismo entonces y el imperativo del lucro en base a las necesidades humanas básicas como el aprendizaje, hacen que nos alejemos de la realidad. No todos debemos estudiar 5 años en una Universidad. Más si éstas nos inculcan “valores de mercado”, y peor aún, rellenan su malla con ramos intrascendentes con el fin de extender las carreras, consiguiendo mayores utilidades, y no mayor especialización.

Acabo de ir a la toma de la casa central de la Universidad de Chile, y designaron a un delegado de toma para que pudiera hablar conmigo. Mi primera inquietud fue si me podía decir si era posible que pintaran un mural en la fachada, ya que solo lienzos bajo un fondo amarillo, era más bien aburrido, y removible sin dejar huellas y que sería bonito plasmar las demandas con arte de forma más o menos definitiva.

Me miró sin entender, y me contestó que ese tipo de cosas afectaban el “patrimonio institucional”.

Más allá de la decepción, pensé en los secundarios. En esos chiquillos que juegan a las 4 de la mañana a la pelota jodiéndoles el sueño a los vecinos porque abrieron las aulas para ser libres con urgencia. Esos cabros que organizan campeonatos de break dance y que se han radicalizado por una educación que no les trae ningún beneficio educacional ni que se proyecta en un trabajo bien remunerado.

Niños dejados a su suerte en especies de guarderías, a esperar que se pase su adolescencia lejos de las malas juntas e influencias “inútiles y subversivas”, mientras los padres se pudren en sus trabajos de 8 a 8.

Desconocidos, que sin ser “rostros” que publiciten carisma y potencialidad retórica, están movilizados contra viento y marea, con tal convicción que han convencido a padres y apoderados, tan comprometidos que reflejan una voz potente como la de Dafne Concha que se peinó con un emocionante discurso en la marcha del “día del niño”. De nuestros niños que por primera vez son valorados y pensamos, con madurez y justicia ante tanto abuso, que son lo más importante, ahora, y no solamente en el cliché de lo que está por venir.

Niños y jóvenes, que no les interesa el patrimonio de sus inmundas y frías escuelas, como tampoco les interesa aún si su carrera será rentable dentro del mercado laboral. Escolares que se encuentran tan precarizados para ser obligados a gastar, si quieren quedar en la Universidad, para llenar el hueco dejado por la ignorancia en preuniversitarios caperusos en la elección de alternativas y en el cobro obtenido mediante la aplicación de la PSU.

Esos miles de pingüinos desconocidos, los que luchan legítima, genuina y espontáneamente por las ganas de tener educación -obligatoria durante 12 años- gratis y de calidad, son quienes llevan la batuta. Son el alma y las ansias a la expectativa de que se pueda mejorar el presente sin presiones sociales futuras de ningún tipo.

No obstante este movimiento estudiantil, dispuesto a entregar tiempo y ganas, gracias al aporte consistente de todos y todas: feos, bonitos, letrados y quienes no lo son tanto porque no pudieron, lo han trasformado en una verdadera revolución social que ya cambió Chile, pueblo que retomó los bríos de un país justo y libre, que protesta por las grandes alamedas peleando unido por lo que constituyó una realidad, que nos fue rastreramente arrebatada.




sábado, 6 de agosto de 2011

Cuando el soul no cabe en el cuerpo



Hay personas -como hay otras a las cuales les crece el corazón, el hígado, o el estómago-, a las que les crece el alma de una forma desbordante, aprisionándose en las paredes del cuerpo, provocando un agotamiento y hartazgo tan graves que solamente puede ser resuelto con la muerte. Dicen que cuando uno siente que las fronteras propias coartan la libertad de esa alma prisionera, la idea del suicidio como liberación absoluta comienza a urdirse en plan maestro.

De que ocurre, ocurre, siendo o no cierto el cuento del alma humana. Lo cierto es que hay un estilo musical denominado soul, nacido de la médula negra, que recrea un sentimiento feroz y mordiente, que palpita a cada fraseo, evocando y encarnando el espíritu que parece habitarnos y que puede transformarse en nota, armonía, ritmo y cadencia. Es ahí cuando pareciera ser lo más real posible -en la imposibilidad de verlo y tocarlo- y hacer sentido como una verdad irrefutable y remota.

Quienes van vestidos con el alma, como nos diría Emmanuel “con la pura verdad por delante”, parecen ser los más proclives a acarrear este gigantismo que les condena a sentir que el cuerpo les queda chico. Una de esas es Amy Winehouse, una chica de origen judío que eligió la música negra, justamente el soul, para descomprimir ese espíritu libre que salía por sus enormes ojos.

Un talento desaprovechado ¿por ella o por el mundo? Amy, la niña de las botellas, con apellido de viña, con el propósito del despropósito, con el dinero gastado como un macho en drogas y alcohol, ocupó los anestésicos para que ese cuerpo demasiado pequeño, flaco, fatigado, frágil, resentido por tanta alma, por tanto soul, lograra alivio.

Su sinceridad vendida como espectáculo y su alma misma de regalo, la hicieron habitar en la soledad más extrema, esa que se expone a la multitud, a la chusma inconsciente, ávida de escándalo y farándula: cenit invasivo sobre la sombra, sobre el silencioso deterioro -que podría ser incluso místico-, pues corrompiendo el cuerpo es como podría expulsar el alma y dejarla deambular por los rincones que solamente la ketamina o alguna otra droga dura pudo lograr.

¿Por qué ese extraño club de los 27? Esa edad que poseo y me posee, y que perentoriamente nos condena a años futuros cargados de reiteración e interacción social, mareadores en su constante imperativo de razonamiento y lógicas adultas.

Quizás por ello, por salvaguardar la última gota de juventud, por atajar el último suspiro de una belleza mísera en su inmediatez, se cristaliza la vida preñándose de muerte. Porque un después puede ser un siempre es mejor quedarse con una fracción, un momento, un tarareo. Y porque el único destino de las estrellas es el firmamento, en buena hora que todos ellos decidieran forzar el vuelo.

El legado engrandece estas huidas precoces. Personas criticadas por su autodestrucción, completamente desprendidas en su arte y oficio, desencadenando una profunda paradoja para todos aquellos que se quejan de un supuesto egoísmo encarnado en el abuso de drogas y alcohol.

Su cuerpo continuará sin decir nada, pues todo lo que dijo lo dijo con el alma, con su voz puesta en el soul, ese que entretuvo a millones que exigían su cordura y lucidez, un estado abrumadoramente vacío, mundano y cada vez más servil al antojo del cliente.

Un brindis por Amy, por la embriaguez y el delirio, ese que no es capaz de abrir fuego contra jóvenes noruegos, que no se niega a revoluciones educacionales, que no roba el pan obrero; sólo canta gravemente la crudeza de un mundo hostil

Puede ser mi gran noche/ finality




Era imposible que fuera mi gran noche porque fue temprano en la mañana. El día anterior Perú hizo un autogol mientras yo bebía mi tercera piscola y rasguñaba algunos trozos de carne de la bandeja que corría como porro jugoso y sangrieto entre manos jornaleras.

Recuerdo que ya fuera de la fábrica, luego de la quinta piscolita en un bar de Providencia, me subí a una pistera. Antes había abrazado a un vago afuera del metro, donado una quina a las cabras del liceo 7 a las cuales les dejé un mensaje de apoyo en el libro de visitas: “Estudiantes sobre todo”, y me había joteado un turco, hasta tenía su teléfono escrito en una servilleta.

Con supuesto garbo monté sobre el esqueleto rodado y viaje por las calles, hasta convertirlas en un corredor de ilusiones y esperanzas que terminaron aterrizando forzosamente con mi cuerpo jurando de guata que podría ser al día siguiente una millonaria inocente, impoluta, sin acusaciones en la inspección del trabajo, ni en impuestos internos.

Al sonar el gong mañanero, mis músculos amoratados relincharon como auto viejo, y mi cara palpitante reflejó en el espejo el espanto. Aprovechándome de la situación, me vestí como oficinista y ya en la sala de estilistas, le pedí a la peluquera que me hiciera un moño para el lado que dejara ver mi semblante. No había que disimular, sino todo lo contrario.

Ahí estábamos con Claudito, enfrascados en el show de la Diana Bolocco, en el que de paso involucramos a mi hermano recién llegado de las Europas del eje del mal, y la Leslie, que sacaba fotos con horrible compulsión.

La mufa estaba por todos lados. Un batallón completo de miliquitos de la escuela de suboficiales, vestidos de gris, callados y con cara de frío.

Lo heroico estaba en la derrota que aguardaba en la basta de mis pantalones de vendedora de seguros. Lo heroico estaba en el sueño ese de “dejar el occidentalismo” en un programa para ganar dinero. Lo heroico era estar ahí y pasar en la primera pregunta, porque no sabía, o no quería saber que Juan Pinto Durán queda en Macul.

Mi compañero de sillas, el caballero que concursó en el '82 en” Soltero sin Compromiso”, con la mala suerte de disputar el triunfo con Amaro Gómez Pablos, merecía ser millonario más que cualquiera, porque tenía el sueño de operar a su esposa, sacarle las lonjas de la vergüenza, para recuperar el tiempo y la belleza que el trabajo y los hijos, el salario justo para un alimentación saturada, les había arrebatado. El bailaba, reía, colaboraba con el programa con el fin de obtener un billetito que recompusiera una vida estropeada.

En cambio, haciendo caso omiso a mi simpatía, a mi chispa demostrada en el casting, fui más yo que nunca. Dije que ya me había hartado de trabajar para vivir y vivir para trabajar, y obviamente Diana puso los puntos sobres las íes “¿Qué acaso tú crees que allá no se trabaja?” A lo cual le conteste que sí, pero que los oficios eran respetados, que no había que endeudarse para estudiar.

Y luego de las musiquitas, los aplausos, los “paso”, las respuestas definitivas incorrectas, los cambios de sillas, el destino me daba una segunda oportunidad, justo en la penúltima pregunta.

¿Cuál era el presidente que gobernó entre 1871 y 1891? Pregunta hostigosa y mal intencionada con cuatro alternativas. Manuel Bulnes, Manuel Montt, José Joaquín Prieto y no me acuerdo el otro tipo. Y así, como de repente le digo que José Joaquín respuesta definitiva, y que por qué me dice, y yo le dijo por la J. Por la JJ.

Pero no, aunque el niño me dijera frente al mundo que creía en mí, no era ese puto presidente. Manuel Montt, era la respuesta correcta, esa estación que todos los días me ve llegar somnolienta y deshidratada, e irme, luego de un día igual al anterior y al siguiente, derrotada, con la vana esperanza de que un día las cosas cambien y sean tan verdes e inocentes como en el trópico asiático.

Nada más la moraleja. Las respuestas están en lo evidente. Los presidentes hacen sufrir hasta después de muertos. La jota siempre me hace zancadillas.

A todo esto, el caballero pudo ganar porque le quedó la última pregunta (la cual me sabía), y hubiese sido bueno. Pero erró.

La vida es una tómbola cargada de números haciéndole bromas a las palabras mientras giran infinitamente.

miércoles, 3 de agosto de 2011

A Oscar Wilde




Condenado a dos años de trabajos forzados tras un famoso juicio en el que fue acusado de "indecencia grave"


Me da miedo llenar esta página. Algo patético se ha apoderado de mí. Al parecer padezco de ese estado mental tan perseguido por los psicólogos del mundo: “el autocontrol”.

Siento que me estoy midiendo.

Siento que me están haciendo efecto las jornadas de trabajo incesante, de dominación y jerarquía.

Siento que algo malo me pasará si digo lo que siento, que alguna confesión, como nunca antes, me podría costar cara.

Nunca pensé que ganarse la vida me podría causar perderla.

Que dignificarme por la tarea bien hecha me haría perder la dignidad…la vanidad de ser una humana que en la mayoría de las ocasiones era auténtica y honesta.

No pensé que podría pasarme a mí. Yo la muy muy. Yo la que he sido parte de la generación Jackas. Yo la madre adolescente, la hija de milico, la poeta, la desnuda. Pero así es. Y me alegro. Porque nuevamente puedo comprobar la mentira social más importante de todos los tiempos.

Si el mundo fue capaz de soportar la II Guerra, y peor aún, el triunfo de los buenos por sobre el “eje del mal”, sugiriendo que el nuevo orden sería el ideal de justicia y democracia, viendo la evidencia hasta nuestros días que el trabajo de la Triple Alianza, no sirvió más que para el impulso de la industria filmográfica Hollywoodense, y la rozagante vitalidad del sistema financiero ¿Como Yo no voy a resignarme ante la mentira que vivo de 9 a 6 ? (con suerte, porque siempre es feo irse a la hora)

El autocontrol se apodera de mí, pero también de pronto, como una inspiración defensora del honor y la gloria, el orgullo me aqueja y me hace mirar derecho al horizonte, el cual al rato me hace sentir culpable, pues “todo el mundo” trabaja de sol a sol, se parte el lomo para tener una vida como Dios manda, haciendo de cada día uno más de la larga lista que vendrá con la estabilidad necesaria para conseguir crédito hipotecario, auto y colegio caro -garantía de que es bueno- y un non-frost cargadito para alimentar el cuerpo del trabajador cansado, pusilánime e infinitamente triste.
¡Padre ayuda a este que madruga, y se misericordioso pues quierome en tu Santo Reino!

¡Como no querer para mí y los míos ese bienestar!

Algunos piensan que la gente es pobre nada más que por flojera. Esa flojera de no bacancarse los dolores para no ser pobre, dolor de dolores, realidad que es el infierno en vida.

Ellos saben después de todo, que con dinero se compran huevos, y horas de psicólogo que trabaje el “autocontrol” y la perfecta filosofía funcional que encarna.

Un súper yo olvidado en la estética del consumo, revive ahora como deber y no como imposición.

La culpa disfrazada de responsabilidad, se ríe a carcajadas en el alma de los normalizadores y patrones del mundo cuando cuentan sus billetes.

Quizás me sobra soberbia y me falta espíritu de superación. Esa que hará decir algún día a mi primogénito que quiere ser Presidente de Chile, pues valores como estos se heredan, y lo se a ciencia cierta.

La ropita de marca, me la compraban con el sudor y la sangre de mis padres funcionarios públicos.

Pero lo que más me sobra en este momento es miedo. Porque el trabajo después de todo es una excusa para no hacer lo suficiente. Y a mí me da miedo tener que hacerlo, en este caso, por la responsabilidad disfrazada de culpa que todos los héroes sienten avergonzados de ser fenómenos, extranjeros de un mundo que ya no los necesita.