domingo, 10 de junio de 2012

Peras al Olmo


Pedirle peras al olmo es una perdida de tiempo. Si bien la vida misma en las condiciones a las que esta sujeta parece obligarnos a malgastarlo, hay varias formas de hacerlo más interesantes que empeñarse en que el olmo se ponga a dar peras, o que el Presidente proponga y haga lo que en evidencia el pueblo propone y exige. Hay situaciones sociales que por lo anquilosadas que se encuentran, parecen ser verdaderas leyes físicas ininmutables.

No vas a convencer a un flaite de que la sopaipilla es un peinado desopilante y horrible, o que salir con pistolones en las fotos los delata de cualquiera de sus temerarios actos. Sería lo mismo que explicarle a un shuper que sus pelmazos bailes y su idiota jerga “random” apesta a pocos minutos de desplegarse con elegante abajismo.

El poder es el poder, y con respecto a éste podemos solo someternos si no somos capaces de ejercerlo y traspasarlo para que sea lo que originalmente es, un medio y no un fin, para conseguir cosas buenas para el mundo.

Pero estos buenos deseos sacados de tarjeta Village, se han extinguido igual que la ídem, y ya todos tenemos más que claro que el arte de la política ha culminado en la patética representación de políticos que sin tener nada más útil que hacer con sus mediocres vidas se han desatado generosamente en una vergonzosa puesta en escena que nada tiene que ver con  generar soluciones a los problemas originados por la obligatoria vida en sociedad.

Cae de cajón y lo sé. Tenemos a la vista que los políticos no generan políticas y que esto le conviene al show business de los medios de comunicación, las empresas, los comandos y partidos. Después de todo nos gusta, sin tener muy claro que fue primero, el huevo o la gallina, y el espectáculo desplegado en torno a estos decadentes representantes de la voz del pueblo, es un bien de consumo.

¿No será que la voz del pueblo está igualmente decaída? No, dirán los que se sienten orgullosos de las incontables marchas, de los mata pacos y las proclamas estudiantiles, igualmente espectaculares y obviamente también convertida en un bien de consumo dentro del mercado de lo “político”.

Se advierte que esto está de moda, y sólo eso, cuando en efecto podemos ver que la voz, el discurso del pueblo y más aún su práctica está tan decaída como su representación en la forma humana de “políticos”. 

Cuando lo veo a usted sin saber comportarse cívicamente en el metro, donde se queda parapetado en el poder de ir pegado a la puerta cuando se baja 15 estaciones después, cuando se arrastra frente al jefe que lo amilana con solo una mirada, cuando decide comprarse un auto con 5 puertas para ser más bacán,  cuando bota al perro o al gato, o cuando se siente mejor viendo al otro ser cagado por la polola, despedido del trabajo, asaltado “por weón” en una pasarela,  uno se da cuenta que esperar que tu representante te represente fuera de la norma cotidiana de tu propia actuación, es pedirle peras al olmo.

Sabemos o intuimos que la sociedad es una farsa de los centros de producción para colocar la mano de obra en un solo lugar, siendo devenir  del drama éxodo campo-ciudad, de las necesidades crecientes y un aburrido etcétera que ha construido esta familia hacinada que se odia y se abusa, pero que hipócritamente y sobretodo por miedo, permanece unida, con líderes gestados a imagen y semejanza  de la imperfección, mezquindad, cobardía y deseos de “humanidad”, de diferenciación y valoración de supuestas cualidades excepcionales.

Por eso, si queremos que las cosas cambien, en primer lugar asumamos que somos espejo de los otros y que al haber finalmente accedido a esta argamasa de miserias sapiens no podemos esperar que la mierda huela a gloria. Esto antes para comenzar a intentar abrir los ojos desde un ángulo menos frontal que contrapone pechito con pechito y ombligo con ombligo en un baile que gesta aún más bocas con discursos y prácticas decadentes. Quizás sólo así por fin podamos cultivar el ansiado campo de perales y alimentarnos de sus dulces frutos.


“Rico bueno, rico muerto”

Así era como mi nonagenaria Mamita Ana me chantaba las cucharadas de comida. Una dona trena puchito de paco, carita de macaco. Y una a una, con una velocidad contraindicada por cualquier pediatra, iban llegando a mi boca. Era mañosa, como ahora, y había que hacerme algún showsito, como ahora, para que accediera. Desde ese “tierno” gesto me comenzó a quedar la idea de que los pacos eran unos macacos.

Confusión o la más pura verdad con la que crecí entendiendo aquello, aun de tener un abuelo paterno de verde uniforme y patrióticas carabinas haciendo algo más que adornar mi árbol genealógico. Hace poco por un entuerto difícil y estúpido con el pase escolar de mi hijo, debí ir a una Comisaría a dejar constancia de su perdida. Fue ahí cuando uno de estos “amigos en su camino” entrego en manos del niño una revista institucional, la cual he revisado hasta el hartazgo.

En su edición de Aniversario, recordaban la gran proeza de todos los tiempos: la defensa de Juan Pablo Segundo, el Mensajero de la vida y peregrino de la paz en su visita a Chile en plena Dictadura. El despliegue impecable y la conducción a sangre fría del papamóvil, la dispersión de las protestas y el místico mensaje “El amor es más fuerte” estaban en un reportaje no muy concienzudo pero sí muy democrático, con el fin que cualquiera, sí, incluso un macaco pudieran entenderlo.

Los peones del Estado, castrados lingüísticamente, y por consiguiente, ideológicamente para hacer cumplimiento del imperativo de “orden y patria”, eran informados en las páginas en couché de sus beneficios como uniformados. Caridad pura y dura de quienes como funcionarios públicos desclasados deben acatar las condiciones de la estructura con míseros sueldos.

Becas para sus hijos que no alcanzan más que el nivel técnico, y un concurso de pintura que en sus bases obliga a hacer la obra con la inspiración basada en la actividad del carabinero en la comunidad, que para colmo no especificaba el premio, diciendo que “será un pasaje para el grupo familiar a un destino dentro del país que se verá en su momento”.

“Paco bueno, paco muerto” es una frase que tomó aún más sentido con Bernales, pero que encierra que traicionar al pueblo, siendo los perros guardianes de la oligarquía, pocas veces trae signo de bien. Y en evidencia.

La revista de la misma institución promete seguridad para el carabinero colocando una infografía donde aparece un FF.EE, como todos regordete, modelando la armadura bajo el lema “Para que no te pase nada”. Ciertamente es una preocupación caer en la lucha cuerpo a cuerpo que se da en las calles.

Cuando explico y hago ver que la violencia es del Estado que en las poblaciones da las acotadas opciones de paco o ladrón, muchos me dicen que no debiera ser así de benevolente. Que no debe haber compasión por quienes han decidido llevar la carga de garantes de la propiedad y la defensa de los poderosos. Sin embargo, me queda siempre la duda si se podría realizar un trabajo con ellos como con el lumpen y la esperanza de las esposas protestando por aumentos frente a La Moneda y en de Pé a Pá, además del desparpajado y exhibicionista Ripetti.

“Ni los obréricos, ni los paquíticos tienen la cúlpica señor fiscálico” son las alumbradas palabras de la Violeta. Y sí, los pacos no saben lo que hacen al igual que los soldados que atravesaron de un lanzazo al flaco de la cruz.

Ser un matapacos, un luchador centrado en el combate con estos simios de uniforme, quizás es perder el foco de la lucha de clases, pues estos también son trabajadores asalariados, que en su desclasamiento y ausencia de ciudadanía como actores pensantes dentro de la sociedad, quedan aun más relegados que cualquiera de nosotros.

Las poblaciones o guetos de pacos son y seguirán siendo pobres, aun de que las viviendas fiscales aminoren la carga económica. En las últimas páginas de la revista se mostraba a una rolliza mujer con cara de desesperada ilustrando una infografía que daba consejos para llevar una dieta saludable.

 Se me vino a la cabeza el “ula ula, los pacos tienen tetas, las pacas tienen tula” y sentí una enorme lástima. Darlos vuelta quizás sea una hazaña difícil, más que tirarles una molotov a mansalva, pero seguro daría más frutos en la verdadera lucha social, donde el verdadero culpable es el poderoso. Quizás debiéramos rayar las murallas con un seco “rico bueno, rico muerto”.