miércoles, 17 de agosto de 2011

Al Pingüino desconocido




A los únicos que conocemos por que ya han sido portada de los diarios tradicionales, e incluso compartieron el panel de los programas de farándula política más importante del país, son Giorgio y Camila. Cada uno con sus fortalezas individuales, y ese común sonsonete de dirigente sindical, nos han hecho conocer las demandas que cambiarían el rostro de la educación chilena.

Parecen tenerla bastante clara. No incurren en excesos, solo de belleza, y así provocan la empatía de amplios sectores. La demanda es justa, y todos lo sabemos. Es por eso que esta causa es compartida por la mayoría, sin partidos de por medio, que se entrometen con declaraciones respecto al supuesto congelamiento de los estudios de Camila, o la demonización de los dichos de Gajardo –como si no se pudiera ser judío y antisionista, o católico sin ser opus dai-, al verse amenazados por esta nueva forma de ejercer la política, distinta a las maquinarias y la mediocridad del procedimiento al que están acostumbrados.

El estudiante universitario, en general, está en la recta final por pavimentar su ascenso a vida “adulta”. No estudia sólo porque quiere aprender, sino porque quiere sacar una carrera y ser remunerado por el ejercicio de la profesión que estudió. El tiempo es oro y la “inversión” a futuro parece ser lo más importante. Por eso parece ser más loable que jóvenes que en la quemá de convertirse en exitosos profesionales, se dediquen a una lucha sin tregua por conseguir el objetivo de educación gratuita y de calidad para todos y todas.

Personalmente agregaría a la demanda por educación superior gratuita, el compromiso de los hoy estudiantes universitarios a no lucrar con la educación, vivienda y salud, una vez conseguido su título universitario y una plaza laboral, ya que sabemos de sobra, que muchos planteles inculcan dentro de la malla curricular ideologías basadas en el capital.

De esa forma no seguiremos reproduciendo una ideología que lamentablemente no fomenta el estudio porque se quiere conseguir superación intelectual, o ser útil a la sociedad, ya que se ha pensado en la educación como trampolín de ascenso social, justamente porque el arte y los oficios han sido relegados a empleos de cuarta categoría.

El arribismo entonces y el imperativo del lucro en base a las necesidades humanas básicas como el aprendizaje, hacen que nos alejemos de la realidad. No todos debemos estudiar 5 años en una Universidad. Más si éstas nos inculcan “valores de mercado”, y peor aún, rellenan su malla con ramos intrascendentes con el fin de extender las carreras, consiguiendo mayores utilidades, y no mayor especialización.

Acabo de ir a la toma de la casa central de la Universidad de Chile, y designaron a un delegado de toma para que pudiera hablar conmigo. Mi primera inquietud fue si me podía decir si era posible que pintaran un mural en la fachada, ya que solo lienzos bajo un fondo amarillo, era más bien aburrido, y removible sin dejar huellas y que sería bonito plasmar las demandas con arte de forma más o menos definitiva.

Me miró sin entender, y me contestó que ese tipo de cosas afectaban el “patrimonio institucional”.

Más allá de la decepción, pensé en los secundarios. En esos chiquillos que juegan a las 4 de la mañana a la pelota jodiéndoles el sueño a los vecinos porque abrieron las aulas para ser libres con urgencia. Esos cabros que organizan campeonatos de break dance y que se han radicalizado por una educación que no les trae ningún beneficio educacional ni que se proyecta en un trabajo bien remunerado.

Niños dejados a su suerte en especies de guarderías, a esperar que se pase su adolescencia lejos de las malas juntas e influencias “inútiles y subversivas”, mientras los padres se pudren en sus trabajos de 8 a 8.

Desconocidos, que sin ser “rostros” que publiciten carisma y potencialidad retórica, están movilizados contra viento y marea, con tal convicción que han convencido a padres y apoderados, tan comprometidos que reflejan una voz potente como la de Dafne Concha que se peinó con un emocionante discurso en la marcha del “día del niño”. De nuestros niños que por primera vez son valorados y pensamos, con madurez y justicia ante tanto abuso, que son lo más importante, ahora, y no solamente en el cliché de lo que está por venir.

Niños y jóvenes, que no les interesa el patrimonio de sus inmundas y frías escuelas, como tampoco les interesa aún si su carrera será rentable dentro del mercado laboral. Escolares que se encuentran tan precarizados para ser obligados a gastar, si quieren quedar en la Universidad, para llenar el hueco dejado por la ignorancia en preuniversitarios caperusos en la elección de alternativas y en el cobro obtenido mediante la aplicación de la PSU.

Esos miles de pingüinos desconocidos, los que luchan legítima, genuina y espontáneamente por las ganas de tener educación -obligatoria durante 12 años- gratis y de calidad, son quienes llevan la batuta. Son el alma y las ansias a la expectativa de que se pueda mejorar el presente sin presiones sociales futuras de ningún tipo.

No obstante este movimiento estudiantil, dispuesto a entregar tiempo y ganas, gracias al aporte consistente de todos y todas: feos, bonitos, letrados y quienes no lo son tanto porque no pudieron, lo han trasformado en una verdadera revolución social que ya cambió Chile, pueblo que retomó los bríos de un país justo y libre, que protesta por las grandes alamedas peleando unido por lo que constituyó una realidad, que nos fue rastreramente arrebatada.