Foto de Nea Spears y Karen Madonna (ninguna de las dos somos lelas, de eso se trata la columna, LEA NEA, aunque no le guste)
(Columna realizada a petición de El Ciudadano)
Me han encomendado hablar para este número especial “lesbianas” y mi conflicto es que para mí esto jamás ha sido un tema. No creo, primero que nada, en la tolerancia, pues es una suerte de aceptación a la fuerza. Para mí el alma humana no posee género y los gustos van variando por diversos factores. Sinceramente no sería capaz de comer todos los días pastel de choclo por mucho que me guste (no haré referencias a la coronta por que no es sutil ni elegante) la aceituna y el trutrito que se esconde dentro de sus cavidades. Pero la tentación a opinar me atrapa. Así que intentaré contarles lo siguiente.
La primera acepción de la palabra Lesbiana es “la que sabe felar”. Cambió el término hacia el significado a mujeres atraídas por su mismo sexo a la llegada de los cristianos que vincularon a la formidable poeta Safo con su lugar de origen, Lesbos.
Mi primer poema fue publicado por la revista Safo(a la edad de 9 años), y la verdad es que muchas veces mis técnicas sexuales apuntan al verbo griego lesbiázein, pues como ya todos saben, para llegar al orgasmo femenino no se necesita de penetración.
Acercarme a las mujeres fue bastante natural. Luego de una fiesta en donde todos y todas nos quedamos en casa de una compañera, yo preferí compartir pieza con mi amiga alemana. Tenía la quijada ancha, los ojos verdes, sus caderas iguales a su espíritu, revoltoso y siempre firme.
Lo más cómico es que esta experiencia la relaté en mi diario de vida, sin hacer referencia explícita a los acontecimientos, por lo cual mi lectora incondicional, mi madre, que acostumbraba enterarse por esa vía de lo que pasaba en mi agitada vida adolescente, me interpeló, en un trágico monólogo, a que por favor no probara nunca más la marihuana. Curiosa interpretación. Quizás por lo alucinantemente dulce del tránsito.
Pero nunca ha pasado mucho la verdad. Podríamos decir que soy “simpatizante” o miembra honoraria. No obstante cuando la pelea entre los sexos se ha degenerado al punto de no tener más argumentos a los que echar mano, surge de mis chicos la palabra “eunuca”.
Es chistoso, pero es así. “tortillera”, “eunuca”, “macho tres cocos”, como me decía mi abuelita, son los epítetos para calificar a mujeres que no les gusta el falo, que “la lleva” según Freud y que “a todos gusta” porque es el objeto del deseo por antonomasia, llevando así al investigador a categorizar el orgasmo clitorídeo, como infantil. Cosas que suceden en la ciencia, supongo.
“Sobre gustos no hay nada escrito” Uno de los dichos más tristes por su falta de veracidad en sociedades heteronormativas, falototémicas, familistas y centradas siempre en las herencias de la civilización judeo-cristiana, que acabó brutalmente con las magnificas diosas y las intelectuales más importantes de la humanidad como Hipatya.
Raya para la suma. Me gustaría que “las lesbianas” no formaran parte de una subcategoria, de seres frikis, distintos, o locos por no aceptar como Dios a ese símbolo que ha preñado todas las cosas y palabras. Deberíamos hacer carne el dicho popular “sobre gustos no hay nada escrito”.
Las poetas, artistas, científicas, madres o no madres, no tienen como único “brillo” su tendencia sexual. Repito, para mí es una forma de ver la vida, como hay miles, que no puede estar subordinada a códigos incluso homosexuales. Ya me lo contaba una amiga que le gustan otras amigas: “en las convenciones gay nosotras somos las que servimos el café”. No señor Director. En eso no me pidan tolerancia. Yo voy por la igualdad de las diferencias y aunque no tengan nada que ver los pingüinos, admiro a los de verdad, por su sistema de crianza, y los alegóricos, por sus voceros removibles y sus búsquedas existenciales cada vez más audaces y paganas, en donde no hay jerarquías y el único imperativo categórico es dejar fluir la energía que todo lo mueve, el amor. (cosa que tanto le cuesta a los machos cabrones)