sábado, 21 de agosto de 2010
Hijos del rigor…mortis
En la Mazurquica Modérnica, mi canción contestataria favorita, las cosas quedan bastante claras. El poder en sí mismo es el que contiene las aberraciones de la explotación. Por así decirlo, los funcionarios que sirven en esta estructura, no tienen más culpa que la de ser no sólo mandados, sino que obedientes con cierto automatismo. No hay una victimización del apatronado entonces, sino una necesidad que tiene cara de hereje.
Las cosas en doscientos años no han cambiado y posiblemente sigan siendo así en un millón de años más, sobretodo por la diferenciación, primero sexual, y después racial y de clases, que hace a los seres humanos sentirnos “especiales”. Incluso intentando hacer “refalósicas revolucionicas”, unos siempre terminan siendo “más iguales que otros”, parafraseando la fábula de Orwell. Pero, la lucha intestina que tenemos por pertenecernos a nosotros mismos, no tiene correlato cuando debemos hacer las labores encomendadas por la estructura, pues el soldado nazi también perteneció a una cadena de mando y fue humillado por sus superiores. El tema está entonces, en cuanto somos capaces de ceder de nuestro poder personal, o más bien dignidad, con el afán de pertenecer a la masa productiva, que utiliza las trampas del ego con un afán completamente inverso: la homogenización.
En Chile, como en el resto del mundo, el único freno a los abusos, llega cuando ya es tarde. Por eso debieron morir calcinadas 146 mujeres trabajadoras de la fábrica textil Cotton de Nueva York en un incendio provocado por las bombas incendiarías que les lanzó la fuerza pública ante la negativa de abandonar la toma con la que protestaban por los bajos salarios y las infames condiciones de trabajo que padecían, para que quedaran en agenda los derechos del trabajador. Lo mismo sucedió con los “Héroes de Antuco”, que provocaron la resolución de hacer el servicio militar voluntario. Qué decir del tsunami o maremoto en las costas del centro sur, recién luego de la catástrofe se dispuso modernizar los sistemas de sondeo sismográfico y las comunicaciones con centrales internacionales.
Ahora con la pequeña minería, luego de tener un derrumbe completamente evitable en la mina San José, que dejó sepultados a 33 mineros copiapinos, se comienza a debatir sobre la escasa y casi nula fiscalización de parte del Estado de Chile, que se surte de esta faena altamente peligrosa sin los estándares de seguridad pernitentes, y peor aún, sin los impuestos correspondientes a tamaño esfuerzo del obrero. Pareciéramos estar frente a la obra del entrañable Baldomero Lillo, pero cien años después. La “cuestión social” se ha quedado en los Paper sociológicos, o las obras de Gabriel Salazar, premio nacional de historia despedido de la Universidad Arcis, a la llegada de Max Marambio como presidente del directorio.
Si bien es cierto que el papel del Estado es cuidar a los ciudadanos, parece que la segunda tarea, la de cuidar la propiedad privada, es el imperativo categórico que domina. Pues haber cedido a las presiones para la reapertura de la mina durante el 2008, en pleno mandato de la socialista Bachelet, es la evidencia de la holgada relación entre los patrones y los “servidores públicos”.
Hijos del rigor…del rigor mortis. Porque se necesita la visita de la “huesuda” para comenzar a hablar sobre los derechos, olvidados ante tantos deberes ciudadanos.
¿Cuantos muertos necesita la historia de un país, me pregunto, más un país golpeado por la tiranía, para reaccionar? ¿Cuánta hambre, rabia y sufrimiento?
Es como si estuviéramos esperando al Mesías, esperando ya sin esperanzas más que la de la leyenda cristiana que desde el cielo, extramuros de esta condenada cárcel a tamaño mundial, venga “alguien” a rescatarnos.
(y eso que no me acordé de Chaitén)