La prueba del delito yacía como marca en mi cuerpo, y ese "estuvo ahí", no me dejó tranquila por dos semanas.
Lo obvio del ejercicio del poder, era lo que me enmudecía.
Me guarecí una semana completa para no dejarme en evidencia, pero el tiempo, en ese entonces, era dinero. Fue una semana después cuando volví a desnudarme frente a la esteticista. Haría borrar las fraccideses y abundancias, marcas sin la violencia fresca, más amables y hasta bellas. Él mismo, años antes, dijo que yo necesitaba un tónico reafirmante haciendo un show al estilo ¿Quién le teme a Virginia Wolf?, pero en versión libre a lo Morandé con Compañía, en frente de nuestros compañeros de clases que celebraron a viva voz. Es decir que, de alguna manera, yo estaba ahí por su causa. La vulgaridad que compartíamos y que no queríamos asumir. Quería ser "otra" para él, para gustarle. Necesitaba de la sofisticación, lo "distinto" al habitual transito de deseo.
Decía que las "gordas eran más agradecidas", y había una que no olvidaba porque le pedía que le apretara la cara mientras copulaban. Se reia de las gordas.
La masajista (ESTETIcISTA) se horrorizó al ver un África completa tatuada con un verde agusanado en mi brazo posterior, abajo de la axila y hasta el codo. Le dije que había sido hace una semana, que ya no importaba, que me dijo borrón y cuenta nueva. Le conté lo del vestido azul, lo de la foto, y de "los ojitos" que se supone, yo puse para otros. Lo demás: el mantra misógico de "maraca" y el cigarro que saqué de su boca y apagué en su horrible camisa café. Que me había sacado de un ala, y que me había caido en el umbral de la puerta, que me había dolido y que en ese momento me pegó en la cara un manotazo de ida y de vuelta. Luego le conté que al otro día, en un cine, me había hecho callar de una manera malvada. Que se molestó no sé porque cosa, cosas mias, en las que él no se metía. Le molesto que otro que podía ayudarme, lo hiciera.
Siempre pensaba en carne. En trasvacije, le dije a la esteticista. Me dijo que así era a veces. Recordé a mi tía y sus consejos, esa misma semana, cuando vino. Al parecer todas las mujeres mayores cercanas en ese momento, me vieron y me dieron un consejo.
Mi tía me dijo que estaba loca si seguía en eso, que los hombres celosos están malditos, que donde miran hay trampas y veleidosidades. Mi mamá también fue justo esa semana, cuando el moretón estaba más morado y hacia calor. Me dijo "te sacaron la cresta pues hija", y entendí que no había sido un accidente. Que, aunque en esa tocata me pegó también, yo había reaccionado, y por último, me había servido para llegar a él. Era estúpido, lo sé. Estaba loca. Pero lo que teníamos estaba más allá de los límites, por lo menos los de él, y yo siempre quería seguirlo. Era su fans. Pero ahora era distinto. Lo encontré malo. Sobretodo por dejarme a pata pelada y sin abrigo con todo el frio que hacía. Qué me mintiera. que me dijera que me había tirado las cosas por la ventana y que se las habian robado. Que solo me dejara pasar por verguenza de que lo vieran sus amigos que estaban en la botillería, y que creyeron que yo le estaba gritando "te amo", cuando le estaba diciendo "devuelveme mis cosas". Que se rieran porque estaba medio desnuda, con el vestido azul, sin pantys ni zapatos. Y cuando subí, ahí estaban mis cosas. Encima de su inmunda cama.
La esteticista dijo que no, que llamaría a su yerno, amigo de él, para decirle que cómo se le ocurre tener amigos así. Yo me opuse, y no creí que lo fuera a hacer. Hasta que supe que sí, que así fue. Que él estaba furioso. Que no quería verme más. Entonces hice un último esfuerzo, cuando equivocó el mensaje para su hermana y me llegó a mí, pero no hubo caso. Me dijo que "ésto" era privado, que "éstas cosas" no se contaban. Recordó fantasias de ayer, cuentos de su mejor amigo, canciones de franz ferdinan, y luego el mismo mantra misógino; yo le recordé que él era igual a su padre y que terminaría peor.
Y me fui. Sí, me fui, tan lejos como pude. La esteticista me había dejado tan rica, tan frivola, y con tantas ganas de cariños amorosos y festivos, que llegué hasta el atlantico, y florecí en una isla.
Su violencia se diluyó en el pasado, como la carne machucada se recompuso en dos semanas en mi brazo, mi costado y mis patitas apretadas reiteradamente contra la puerta. Yo las puse ahí para sacar mis cosas. Pero cerró la puerta varias veces, hasta que tuve que quedarme afuera. Y ahí pasó lo de "devuelveme las cosas"...
...Quizas deba poner la otra mejilla como me influencia su madre y su mejor amiga, pero no me olvido. Tengo memoria de elefante
... Quizas algo se machucó en mi cerebro en ese tiempo.
El dolor de ser tonta. De haberme comportado como una miserable rata, palpita en alguna parte. Recién ahí recordé que decía que "a las flacas el pico le llega más adentro". También se reía de las flacas.
Si no hubiese sido por mi esteticista, seguiría lamentandome aún más, por lo inevitable.