viernes, 11 de diciembre de 2009

La muralla

No saco nada enfrentándome en estas líneas a mi querido público con cotorreos baratos para conseguir su aprobación. Puedo caer en el facilismo de expresarles mi repudio a la trinidad diabólica de la religión, la economía y la política. Puedo hablarles de esta última y contarles que en un ataque de furia rompí 9 palometas del guatón Pinto, alias perrita Pupy, con Frei que estaban en la Plaza Victoria. Puedo decirles que esas propagandas políticas en la Avenida Argentina, son el hogar de un par de indigentes. Podría extenderme con argumentos relativos a lo patéticos que son los músicos mercenarios, como La Noche, que toca una semana para Lagos Weber y la otra para Lavín, o Américo, que casi no toca para Chaguán, pues no llegaba su porción de sushi al camerino.

Podría continuar explicando porque Arrate no es un traidor, aunque las pique de libertario mientras hace pactos con la Concertación. Rebelarles que Piñera tiene Parkinson, que Frei piensa ser estatista pero seguir aumentando las utilidades de su sociedad anónima llamada Saturno. Me podría entusiasmar diciéndoles que ME-O cuando fue a la Radio Placeres me tocaba la rodilla barsamente mientras lo entrevistaba y que tenía un manchón de base sin esparcir al lado de la nariz. Pero ustedes saben. Todas y cada una de las cosas que he dicho, siendo tan verdad como que la capa de ozono desapareció en la Antártida y que Bukowski, Pavese y Mailer son absolutamente patéticos y anacrónicos, son webadas.

No tengo interés en descubrir la pólvora, pero me gustaría decirles algo que no implique remitirme a la gran obra del ser humano, pues ya me tiene podrida el conocimiento que no se refleja en la acción.

Agarrarle el hilo a la vida es una tarea trabajosa que no permite impaciencias. Tenemos que tener claro que no podremos ver la obra finiquitada, como les ocurrió a los jornales de la muralla China. Aunque es divertido saber que hay grandes ausencias, alturas dispares, pedazos sin construir, que simplemente se dejaron en barbecho y nunca fueron concluidos.

La continuidad a la que nos sentimos obligados, hace que vivamos a prisa. Rellenando los espacios con belleza comprada en la farmacia y felicidad en la botillería, nos dejamos permear por fórmulas de comportamiento que creemos son las mejores por su estilo, pero no son más que pavoneos de virilidad mal comprendida, y eterno femenino no asumido.

Caminamos ayudados por bastones consumidos por las termitas de la imbecilidad, heredando males y omisiones, para cumplir con la condición de “individuos” bípedos; fortalezas resguardadas por la muralla de la identidad, construida penosamente por el maestro chasquilla que somos, por el albañil que nunca será arquitecto, ni siquiera de su propia guarida.

Enredada en la madeja de los afectos, di con la hebra de una vez y para siempre. Puede pasar en cualquier parte y de un momento a otro. Es simple y no es necesario tener un hardware con todo el conocimiento universal en el cerebro. Tampoco haber hecho ayuno, ni castigarse con sustancias psicotrópicas naturales o químicas.
La escurría es gratis.

En lo cotidiano, en lo externo donde hierve la actividad, están muchas veces las claves para liberar adentro un proceso de análisis que nos hará ver la totalidad, incluso fuera de los cercos, murallas y rejas a las que nos condenamos para sentirnos “seguros”.