jueves, 31 de marzo de 2011

Manual de Carreño



No soy seguidora de las normas de conducta y menos del conducto regular. Prácticamente toda la vida le he hecho el quite a los buenos modales y las palabras de buena crianza, atentando muchas veces contra mi vida con un sincericidio.

Sin embargo, no por eso me he convertido en una imbécil. O por lo menos eso creo. Saludo a mis escasos vecinos cuando utilizo el ascensor y le acomodo los coches a las guaguas, afirmo a las abuelas en la calle y doy el asiento cuando amerita, no como esa sarta de de “sufridos” trabajadores, o atribulados cesantes, regordetes o flacuchos, jovenzuelos o cuarentones atornillados a los asientos del metro, casi siempre soñolientos que JAMÁS dan el asiento.

Claro, podría hablar de cosas menos light que ésta, y comenzar a reprobar el cuasi casamiento que Piñera celebró a la llegada de Obama, la lista de invitados del terror, el discurso amarillo y decepcionante del rey del Universo y novio de Latinoamérica, esa que como princesa plebeya cumple su sueño de arribismo y ostentación de lo prestado, o emprestado para este caso.

Incluso podría hablar algo contrapuesto a esta columna que a estas alturas, a usted lector ávido de contenidos, y con justa razón, le parece intragable. De la frivolidad de las mujeres de la política chilena, o de la magnificencia de los dichos populares que siempre aciertan medio a medio. Porque mirando a alguna de estas señoras fue imposible no pensar en que “la mona aunque se vista de seda, mona se queda”.

O de Karadima y su sequito de encubridores hoy “apenados” por los dichos de Hamilton, que de ser González, su caso continuaría en el más absoluto anonimato. Pero no. Me dedico a hablar de lo más habitual y abundante que existe hoy por hoy. La falta de caballerosidad.

Patético resulta ver a todas las mujeres de pie, agarradas de los colgajos del metro mientras observan la relajada siesta de nuestros (¿enemigos?) hombres de la patria. ¿Qué sucede? ¿Que de pronto ya no estamos en la ciudad y estamos en medio de la sabana africana con las leyes de la selva?

Por algo se tipifica el delito de femicidio, por algo se debe normar el derecho a la maternidad con el post natal de seis meses, por algo se requieren políticas de paridad laboral. Porque es impresionante lo mal interpretada que ha sido la supuesta “liberación femenina” y lo utilizada en beneficio del capitalismo patriarcal.

Como la pastilla anticonceptiva derivó en la industria del porno.

El exceso de “poder” femenino, se equipara con la falta de delicadeza masculina. Con la nula consideración y peor aún la ferocidad de la patá voaóra a lo Chuck Norris, o la idea de los estadistas que enfatizan en la necesidad de igualar la edad de jubilación entre hombres y mujeres, considerando que éstas tienen más años para mal gastar como mano de obra barata.

O sea, lo del metro, es la guinda de la torta, la punta del iceberg, o en realidad sólo un pelo de la cola. Como el caficheo constante, la pensión alimenticia miserable, o la visión de del Tío Lalo, de que las mujeres sirven para “adornar”.

Aunque, si seguimos con esa política de descollar con el vestido lila en gala del Presidente de Estados Unidos, mientras tenemos una acusación constitucional por chanchullo en el municipio penquista, bien poco es lo que yo puedo hacer, difariando para que los hombres vuelvan a consultar el siempre necesario Manual de Carreño.

viernes, 25 de marzo de 2011

viernes, 18 de marzo de 2011

Carta de Renuncia



Está quedando o va a quedar. Esa la sensación popular ante tanta catástrofe, profetizada por la amplia gama de películas referentes al “fin” (por fin) del mundo, y su fecha estratégica: el temido, o esperado, 2012.

Esa esperanza seudo religiosa de ser los últimos -que serán los primeros- en habitar este planeta elegido por la gracia divina, ese afán por ser los protagonistas, o proto-agonistas de los últimos versículos del bestmegaseller de todos los tiempos, nos hace sentir que hasta en la derrota podremos ser héroes.

La derrota cotidiana, esa que llega al chicotazo del mando medio, en el metro apretujados a pesar de pagar precios primermundistas por un servicio de cuarta, que se fortalece cuando debemos pagar intereses, clausulas abusivas, y un sin número de “responsabilidades” que el capitalismo ha puesto sobre nuestros hombros, hace tanto, que no recordamos otra manera… parece que puede ser subvertida por la gran derrota de la humanidad.

La idea del Armagedón, es la misma que tiene el niño con pataleta cuando mira al cielo y quiere que cada avión se desplome en llamas.

La idea del fin del mundo, es la misma de la abuela tullida y pobre, que ve como todo a su alrededor se desmorona bajo el prisma de su propia descomposición.

Una salida catastrófica a esa pobreza radical y ontológica que nos mantiene en unos huesos prematuros, que aunque enchapados en grasa Kentucky, parecen revelar la muerte a cada paso.

Es explicativa la recurrente analogía con zoombies, que comenzó hace ya varias décadas George Romero, el anarquista.

Ese cuerpo que piensa en el colapso, para pedir una licencia psiquiátrica, o el golpe de suerte de un accidente laboral, es el mismo que pide a gritos que los cinturones volcánicos entren de una vez por todas en erupción, que la tormenta solar irradie la tierra e ilumine en primer lugar a los oscuros tentáculos de la dominación, es el mismo que quiere un 12, 8, que se parta la tierra, y baje, de una vez por todas Jesús, o que emerja Hitler, o que se yo qué fabulador para “hacerse cargo” de lo que los directorios de corporaciones sin rostro, no han podido.

Imagínese cuanta gente, con instinto trocado ya por las condiciones enfermas y enfermantes, desea que esto suceda. Gente que sabe que el fin de la historia ha llegado hace tiempo, y dirima Kaddafi o no, tendrá que seguir pagando lujos ajenos, y que sabe que la ONU, no persigue la paz de Libia Y EN NINGUNA PARTE, sino los intereses geopolíticos, y que EE.UU se mueve por amor al petróleo.

Así no más la cosa. Los guantes fueron colgados hace décadas y la toalla sigue al medio del ring, tiesa ya, como pieza arqueológica de un museo.

Se escarba en el basurero de la historia, para encontrar el recuerdo embardunado de miserables y simples verdades, se abren cajas de pandora, para terminar con las apologías y volverse más escéptico y amargado.

Se escarba para encontrar algo sólido, en un mundo donde el espacio radioélectrico es lo más concreto con lo que podemos contar, y lo más que podemos asir en el percolado donde chapoteamos amargamente, es un pedazo de manzana roja, una peineta, un resto fetal, y un billete de luca, todo junto y en una bolita, como de hachis.

Seguro que alguien se la fuma en la desesperación. En la espera que alguien en alguna parte se conduela y desconecte en nombre del buen morir a un planeta que pide a gritos la eutanasia, que ha renunciado a toda expectativa, a todo cambio, a toda vitalidad.

Torta, chancho y bebía




Antes de probar todo con tanta avidez en mi cada vez más triste vida, había tres cosas que me hacían feliz. La torta de piña, la mortadela lisa que me comía sin pan, y la bebida, por esos años bebía, la que mezclaba con manjar, y otra que combinaba hasta realizar las mezclas más insólitas y deliciosas.

Con los años, mis gustos fueron variando y la dificultad para alcanzar la fruición fue cada vez más difícil.

Lo que al comienzo fue sólo metabólico y hormonal, ahora radica en mi psiquis.
Qué difícil sería en este momento planear un día perfecto.
Qué difícil me resultaría intentar ser absolutamente feliz antes de que llegue la hora predicha.

La torta, el chancho y la bebía, un trío de productos tan usuales que hoy me parecen simples y vulgares, me hacen pensar que precisamente lo simple y vulgar es lo que genera las mayores estadías en ese tránsito llamado felicidad. Que esas visiones presuntuosas amparadas en las innovaciones farmacológicas alemanas, me quitaron bastante la sonrisa, pues adquirir el gusto por las texturas y las disgregaciones filosóficas es algo que sume en la más profunda de las soledades.

Y aunque uno nazca solo y muera solo, es complicado tener que vivir el periodo intermedio en esa inexorable permanencia, en esa espera de la ola plañidera, frente al océano, viejo y ágil, haciéndole trampas al tiempo.

A penas, podríamos decir que vamos a reírnos a carcajadas con chistes misóginos, que suenan como mantra, históricos. A penas, podríamos alegrarnos de algún adelanto tecnológico, o alguna rebaja en las tiendas de retail. A penas, por un hijo virtuoso, que aún come torta, chancho y bebía, pero que no sabemos qué pasará con él pasada la pubertad…

Porque todo es tan incierto que apenas podemos vivir el presente, porque apenas podemos figurarnos un futuro. Pero que juzgamos los errores como si pudiésemos arreglarlo de una frase, que encontramos inteligente, y eso quizás produzca tristeza o alegría, un tirón en la pantorrilla en el momento menos indicado, cuando el dínamo se ha consolidado en una fusión impecable, y quedamos apenas, recordando un sueño mientras doblamos el pie y lo posamos firme en el respaldo.

La torta, el chancho y la bebía, sirvieron como antídoto a la escuela, cuando fuera de ella nos echábamos a ver tele, y soñábamos con ser alguna caricatura que podía vencer a sus enemigos, y viajar en el tiempo con solo proponérselo. Creo que en ese tiempo ya sabíamos que eso no era cierto.

Porque siempre hemos sabido la verdad, que la torta se agria, que el chancho se pudre y que la bebía se desvanece.

Las pasiones parecen ser las únicas que sobreviven a la descomposición, pero sabemos que son pocos los que las aceptan con su riesgo y vergüenza, con su torpeza y brutalidad, que pocos son los que no se conforman con el sueño que aparece algunas veces a recordarnos que tenemos algo dentro que palpita, que no se conforma con escribir lindas composiciones, y hasta un cuadro, o una ópera.

Que es capaz de elevar la vida a la simple y vulgar forma de los amantes, esos que podrían comer torta, chancho y bebía, como si fueran los más sofisticados platos que la ciencia gastronómica ha creado en busca del placer perdido.

miércoles, 16 de marzo de 2011

miércoles, 2 de marzo de 2011

EPIC FAIL



No vi absolutamente nada del Festival de Viña. Ni siquiera Calle Trece. No les voy a mentir diciéndoles que ese tiempo lo utilicé leyendo a Zizek, o que continúe digiriendo el libro-bomba de Gonzalo David.

En esas horas muertas aparecieron en mi cabeza disgregaciones a cerca de la figura de Allende, el suicidio asistido, el GAP, y en la triste historia basada en la necesidad del arrojo y la también necesaria trampa, como en la que cae el “artista” a causa del “monstruo”.

El pastiche no me lo carguen a mí. Hay demasiada información circulando, espacio radioeléctrico enloquecido y amplificado por las antenas de telecomunicaciones, y revisionistas que amenazan con abrir cajitas de pandora para volverse aún más escéptico y amargado que antes.

Me entristece pensar en el heroísmo, en la dicotomía que siempre encarna. En el lado B que aflora cuando las cosas van bien, o demasiado mal. En el espectáculo permanente. Inclusive en la derrota.

Porque Viña tiene Festival, y porque Chile tuvo una reina, un dictador, un mártir, y un número uno del mundo... ¡Arriba los corazones! Aunque nos haga mierda un bisexual peruano, quizás despechado por algún escritor “mala onda” o un analista político neoliberal.

Nunca he entendido cómo tanta gente puede divertirse con “artistas” de tan poca monta. Lo que para mí es un franco sufrimiento, para otros es un deleite de los sentidos. Pero a pesar de creerlo casi siempre, no soy la medida de todas las cosas.
Lo entretenido es cómo se organiza la estupidez. Como se es capaz de institucionalizar una competencia de perdedores en base al griterío y chillido meón de pendejeria lumpen y viejujas teñidas.

Una antorcha de plata, una de oro, una gaviota de plata y otra de oro, conseguidas como pago a un tiempo perdido sobre una escena que se monta para permanecer decadentes. Con la voz ajada por la repetición y con una fanaticada que poco le importa el futuro.

Que vive de recuerdo, de éxitos pasados de moda, de besos desteñidos y farsantes, de literatura de autoayuda, de héroes que el arrojo los consumió en un segundo. De revisiones en horario de trasnoche que muestran los Epic Fail, como las operas primas de los “artistas” que jamás tendremos.