sábado, 11 de agosto de 2012

El ciclo de la vida



Debo admitir que fui dura, pero mal que mal es mi estilo. Claudito, ni tan “ito” ya a sus 12 años, me preguntó en qué consistía el ciclo de la vida (desde que salió Veo Verde como meme en Jaidefinichon me considera una eminencia). Le contesté así: Nacer: Nacemos. Crecer: crecemos, nos salen pelos, espinillas, follamos en la medida de lo posible, nos mandamos un cagazo llamado reproducción y luego de eso  trabajar, trabajar, trabajar y morir, morir, morir, así hasta la eternidad.

Claro, deje afuera todas las descripciones del jugoseo en cada una de las etapas, pero el niño entendió y se preocupó. Me dijo que si uno es bien tratado en la infancia bien bueno sería seguir  el ejemplo de Oscar y tocar el tambor para siempre.

 La existencia humana es bien mediocre y cuando uno se sumerge en la adicción a alguna sustancia alucinógena entiende con mayor impacto, la futilidad de este ciclo hasta que llega a la nada. Waking Life o Enter the Void, cada uno a su manera, explican desde una perspectiva bizarra  lo agarrados de los cocos o las tetas que estamos del capital y sus vicios.

La subsistencia no resiste la recolección de bayas, la pesca y la caza, ni siquiera la agricultura en una inexistencia de tierras pertenecientes a algún natural. No, depende ya de supercorporaciones  (como Cencosud) a las cuales el Estado les condona  las deudas y que construyen para nuestra perversa tentación mundana, torres de babel (Costanera Center) que se erigen justamente en los polos de transitabilidad social, ahí donde el obrero del área de servicios, sueña con ser de la comuna(Providencia) y dejar de viajar en transantiago. 

La urbe y su columna vertebral lordiósica que sube hasta las montañas mientras el viento sopla para que los más pobres se intoxiquen y mueran, no es más que una réplica de todo un país, e incluso el mundo, que inhibe las buenas prácticas por un par de moneditas. Pero los diagnósticos ya están dados y fíjense que es el propio poder el que ahora por “transparencia” lo comunica y difunde.

El “Informe del Estado del Medio Ambiente” entregado por el Ministerio del idem declara que 10 millones de chilenos se ven obligados a aspirar caca manada, y ellos mismo lo dicen, por las termoléctricas, las cupríferas, que nos dan ese sueldo que poco y nada vemos salvo cuando se hacen homenajes al tirano y nos acordamos que un gran porcentaje se va a “defensa”, y la calefacción a leña. Si, es cierto, a veces también tenemos la culpa.

Paralelamente, la ONU saca el informe GEO 5 en el cual dice lo siguiente a sangre de pato “La Tierra sufrirá un colapso sin precedentes, abrupto e irreversible” dado a que “El crecimiento económico ha tenido lugar a expensas de los recursos naturales y los ecosistemas; debido a los incentivos perjudiciales” como el subsidio a los combustibles fósiles de parte del Estado de todas las naciones.

Ya, ¿y? Y nada, pues. Nos dicen que nos estamos muriendo, o que nos vamos a morir, pero como esto es parte del ciclo de la vida parece que da lo mismo; la verdad es que las cosas seguirán de mal en peor y que, bueno, ya no es que los Mayas o Salfate tengan razón, sino que son ellos mismos la tienen, como también las soluciones, pero es muy difícil que las lleven a cabo. Hay muchos intereses de por medio y cosas que parece, van más allá de la lógica y racionalidad que tanto predican.

¡Todos vamos a morir! Y sí, eso es evidente, pero que el mismo hombre finalmente haya logrado ser la profecía autocumplida nos demuestra lo poco empáticos que hemos sido con nuestra propia naturaleza, réplica del mismo Universo.

No sé porqué me tinca que muchos sienten orgullo de una sociedad suicida, de que no sea Dios el que plantee un Apocalipsis, sino que sea una creación humana la que escriba un guión Mad-maxiano.

Claro, yo también me siento doblándole la mano al destino y quemándole, gracias a un porro, las hojas a la biblia, pero me doy cuenta que no soy solo yo la que me muero, sino todos y todas, haciendo por fin causa común en una partusa tanatológica indecente e inmoral, que agarra a varios miles de especies ajenas a lo repugnantemente humano, terminando de una vez y para siempre con el “ciclo de la vida” en lo que en el Informe oficial de a ONU se denomina científicamente “la sexta extinción”.



Asistencialismo vs Populismo


El estado es la administración de la pobreza y en cuanto a eso no hay nada más que discutir. Como las instituciones de caridad inspiradas en diosito, les es útil mantener un amplio rebaño o res-pública, con el fin de ser necesarios en la misión de “salvaguardar” la vida a medio morir saltando.

Los “más necesitados” lo son porque resultan imperativos en el argumento de su propia existencia. Y es así como en vez de repartir las riquezas del país en el derecho soberano del respeto y sustento de la tierra en que se habita, se dedican a mantener el status quo, el saqueo y la división de clases.

Independizar al pueblo de la mediocre “ayuda” que depende de los “esfuerzos” que dicen los personeros, hace el gobierno de turno, haría innecesaria la representación del voto en la patética puesta en escena democrática. Esa que se utiliza para renovar el triste contrato social que cede el cuerpo político de cada quién a un “representante” que se encargará de conservar las mismas lógicas de “asistencia”.

Un estado como el nuestro que se dedica a administrar la pobreza y a servir de plataforma para que los más ricos lo sean aún más en  el obsceno y exhibicionista hábito de la  transparencia que ventea sin pudor leyes tributarias, licitaciones y patentes de desparpajada podredumbre, no tiene en carpeta poner a disposición de los ciudadanos las fórmulas correctas para concretar el verdadero desarrollo.

Siempre he pensado que si tuviéramos una sola vez en nuestra vida republicana, esa que tanto enorgullece a quienes se autoproclaman estadistas , un gobierno populista con todo lo que ello implica, muchos trabajadores y trabajadoras comprenderían lo que es ser habitante de una nación pues probarían los beneficios que dota pertenecer a un país.

El asistencialismo, los bonos, las migajas, el chorreo, han sido el impulso para caer en un espiral desventurado de no-ciudadanos esclavos que en su destino tienen a “un amigo en su camino”, un “Techo para Chile”, un “fondo solidario” y a un Joaquín Lavín repartiendo frazadas a los indigentes de la capital.

Esta realidad moral nacional es la que causa el clientelismo político. La venta de voluntad de voto a raíz de la enorme carencia que no permite más que la mirada cortoplacista del hambre que se tiene a la hora de almuerzo y del frío al caer la noche.

Es así perfecto para quienes detentan el poder que al llegar el periodo de elecciones ellos puedan vincular su representatibidad por medio de cajas de fideos y computadores viejos.

Quienes no estábamos interesados en estar dentro de este vulgar juego, simplemente no estábamos inscritos, pero lamentablemente el voto voluntario nos ha incluido, dirección publicada mediante, en los registros del SERVEL, sin haber cambiado las reglas, manteniéndonos decidiendo en el marco binominal.

Al llegar este nuevo votante que tiene claro cómo es utilizado el rebaño res-público, los políticos han comenzado con nuevas estrategias que intentan responder a otro tipo de necesidades que escapan a los ofrecimientos materiales.
Por ejemplo las de orden de derechos individuales. Vemos al ministro Beyer en una marcha por la igualdad, dado que entiende que los estudiantes, que siendo pioneros abrieron el tema de las libertades sexuales con movimientos o tribus urbanas como los Pokemon u Otaku, hace algunos años atrás.

Lamentablemente para él, y tantos otros,  nosotros no exigiremos nada para darles nuestro apoyo. No estamos interesados, no somos clientes de su política porque no hay ofrecimiento alguno del cual podamos dar crédito.

Nuestra misión es hacer entender que el modelo está caduco porque representa el anquilosamiento de la mediocridad, de la falsa caridad y la asistencia cuando lo realmente necesario es hacer que nuestro pueblo se independice y por su cuenta con leyes justas y redistribución de los recursos naturales, se arme y comience a politizar su propio espacio, a crear sus lógicas para participar siendo un activo que no requiere de representantes chantas que no conciben de una forma digna el poder que detentan. ¡Nosotros debemos enseñarles dignidad! Aunque esta sola frase sea motivo para que ellos nos acusen de populismo. 

La venganza de la ley o la justicia de clase


Mi hermano está estudiando Derecho en la U de Chile. Por eso se vino de Talcatraz a la capital donde yo ya estoy hace dos años trabajando incesantemente sin aún poder moverme de este centro de producción para tomar un respiro. Gracias a que como buena hermana he intentado ayudarlo en las labores de estudio, me he adentrado en la concepción del derecho y de la ley. Claro, muy somera pero significativamente.

La otra noche nos quedamos haciendo el trabajo: Estado y Castigo, consideraciones sobre la Ley Hinzpeter, para lo cual tomamos a Kant, Marx, Jakobs más aportes de Focault, Recabarren y Mayakovski.

Y cabros, lo que me quedó claro como el agua, a pesar del hardware defectuoso, fue que el Estado es el mito fundacional de la sociedad de clases, amparado en un marco legal que no es otra cosa que una justicia estratificada, en tanto sirve para la protección del propietario.

El contrato social que se firma mediante el voto para la elección de representantes, nada más confirma esta situación que asegura la administración de la pobreza en la forma de asistencialismo, y la venta y saqueo de los recursos naturales que son entregados en la más trucha de las maneras, haciendo eco de un marco legal que solo pueden crear, entender y aplicar los poderosos, que por lo mismo lo son en un círculo vicioso que deja afuera a los verdaderos soberanos del territorio.

Las leyes son la cara interna del poder; la cara externa es la violencia, la cual es empleada en el clamor ciudadano por justicia en las calles, al ver pisoteados sus “derechos” a causa de las mismas leyes que lo violan. Por eso mismo el Estado también posee esta cara externa en la forma de FF. AA. Ahí se entiende el drama de la UP y por supuesto nuestro propio drama en la represión que se hace del pueblo que por medio de la protesta pública hace uso de la violencia como única representación de poder, al no tener un discurso considerado para generar un marco nuevo de legalidad y justicia esta vez no de clases sino que social: una nueva y necesaria Constitución.

La ciudadanía sale a la calle a raíz de la insolente injusticia que roba para su enriquecimiento lo que a todos como nacionales nos pertenece. El Estado protege a los propietarios, que no son más que ladrones de esa soberanía. No es extraño entonces que los mismos políticos sean quienes han ocupado como plataforma al Estado para hacerse ricos y robar lo que no le pertenece sino a la naturaleza y por consiguiente a los naturales que ahí viven.

La ley Hinzpeter plantea el miedo que tienen los poderosos de soltar la teta. Les da terror tener que comenzar a cambiar esta administración de la pobreza por la redistribución de las riquezas. Temen el poder del pueblo en las calles como consigna de agotamiento de la estructura y por consiguiente lo reprimen duramente, pues ellos hablan de paz social justamente cuando van ganando la guerra.

Pero no parece muy lógico que se requiera de pobres en una sociedad, diría alguien muy bienintencionado. Pues bien, mantener a los ciudadanos en esta posición de desmedro, sin contar con lo que en justicia les toca, los obliga a permanecer en el rol de trabajadores asalariados que abultan aún más sus negocios hechos con nuestras materias primas.

Sí, es para llorar y sino, para colocar las estúpidas bombas en los más estúpidos bancos, en señal de que sino podemos realizar una constituyente, por lo menos podemos rebelarlos y tomar para nosotros ese poquito de poder que se revela en esa estridente detonación. No cambiará nada, a lo más nos mantendrá excluidos, confinados en una sucia e indigna cárcel, pues ellos no intentarán siquiera reinsertarnos, pues a ellos les conviene silenciar a este enemigo “interno” y vengarse por medio de la ley, de su insolente afán de recuperar lo que ladrones de cuello y corbata le han robado al pueblo.



Nadie engaña a la señora Juanita

Casen, o mejor dicho “cazen” a otro incauto, pero no a ese que por nacer sin herencia ha tenido que vivir con las migajas de una gran panadería donde el pan se enmohece y pone duro en los escaparates a vista y paciencia de los hambrientos.

A la señora Juanita no se le engaña. Ella sabe bien lo que cuestan los huesos carnuos y la harina, el té la rendidora, la manteca. Conoce como ha subido el kilo de papas y la chuchoca. Tiene los mismos problemas, aunque seamos nación de la OCDE, de los pobres narrados por Recabarren.

Ella sabe, ella entiende aunque no sepa ni un rabo de estadísticas, que la Casen miente, que mienten los políticos y que los empresarios son la misma clase avara que le ha arrebatado no solo su bienestar sino que su identidad al jugar con ellos como si fueran una jauría de dóciles perros galgos, que entre más flacos más útiles para correr en su miserable carrera por subir en las encuestas.

Porque los pobres son capital político, son discurso de sandía calá, son razón de existir de la iglesia, y de toda institución que por medio de la ley viola el derecho humano de vivir en igualdad, slogan que recordarán por supuesto y que hizo suyo el tótem concertacionista, Lagos Escobar.

 Los pobres existen y continuarán existiendo para el beneficio de los ricos que a todo evento les sacan provecho. Los pobres de Chile en su ignorada ignorancia viven sin recurso alguno ya que todos, partiendo por los naturales, han sido robados por la clase dominante a vista, paciencia y colaboración del Estado que privilegia y propicia la acaparación y concentración de las riquezas en un evidente afán de mantener y promover la sociedad de clases.

La sencillez es respetable, y siempre lo ha sido. No así la miseria. ¿Pero donde está la miseria? Quien perdió el respeto al charquicán, es quien reprodujo la desesperación y el asco. Ahí, en los débiles que cayeron en el robo suntuario e institucionalizado, en la burguesía burócrata que da órdenes de allanamiento a las comunidades mapuche, en esos los soldados del ejercicio del miedo a sí mismo radica la verdadera miseria. Y todo lo que de ahí provenga aunque creyéndose bueno, filántropo, caritativo, solidario, no es más que la mascarada del demonio capitalista que ha destruido al ser humano y todo habitáculo, toda memoria, toda dignidad.

La señora Juanita lo sabe, y prefiere ser honesta. Quizás sus hijos presos de la única educación posible, la del consumo, se han especializado en el oxicorte, la estafa telefónica y el alunizaje, pero en realidad ahí no está la verdadera pobreza, esa que tan bien ha sido retratada por la obra de Radrigán, esa incapaz de rebajarse, de ensuciar sus manos con venta de droga, esa que tiene cara de mujer, de niño entibiado frente a un brasero, de hombre de manos con olor a tierra, que trabaja como buey por un sueldo de hambre.

La pobreza sí tiene dignidad, porque no se ha vendido al deseo feroz de antropofagia. Sin embargo no por eso quienes hemos tenido más suerte por venir de una casta que ya lleva su segunda generación con zapatos, debemos aceptar su realidad.

Hay que luchar para acabar con la justicia estratificada, esa plataforma discursiva de los poderosos que mediante la mismísima Carta Magna han postulado la economía maléfica, provocando que aunque crezcan mágicamente hamburguesas con queso doble en el desierto, que llueva café en el campo y caiga un aguacero de yuca y té, exista la señora Juanita y el hambre de todos sus hijos, hijas y nietos, que la han condenado a la soledad y al desequilibrio.

Esa es la miseria que debemos combatir. Esa artificiosa que surge del egoísmo bizarro de quien innaturalmente prefiere botar la comida antes de repartirla, que prefiere la máquina al ser humano, y en definitiva, siempre escoge la muerte por sobre la vida.

Por eso “cazen” a otro incauto. Sabemos muy bien que esos numeritos no hablan y pueden ser torturados en el silencio de una oficina pública para el deleite de este malgobierno, que como el anterior se empeña en manifestar abiertamente su burlesque mediocre e indignante.