viernes, 14 de agosto de 2009

¿Lleve de lo bueno?




El comercio ambulante llegó a tal popularidad unos años atrás, que Juana Fe consiguió un hit y una inolvidable ovación en la Quinta Vergara. Los pregoneros que se supone iban en baja por el influjo de la modernidad, hoy se escuchan por las calles ofreciendo escobillones, canastos y tortillas al rescoldo. Todos ofrecen y con estilo singular, pero a pesar de los bríos y la elocuencia ¿alguién compra? La mayoría ya hemos solucionado el problema de abastecimiento de escobillones, canastos, y si bien siempre nos tienta una tortilla al rescoldo, los cánones alimentarios nos dictan comprar el buen pan de molde sin colesterol o unos pan pitas que recuerdan al Nazareno, pero uno de Lastarria o de Templeman.

Sucede algo similar con los pregoneros electorales. La gente ya se ha surtido de dogmas a la medida, Jesúses personales, símbolos de paz y en definitiva, una ética madura y dinámica, que no espera complacer y tampoco coincidir. Despues de tantos años con la "alegría" abarrotando la vida pública, nadie esperó que alguien viniera a ofrecer pomadas a la casa, y nos acostumbramos nada más que a las cobranzas telefónicas o por correspondencia, a algún mormónelder desabrido y las ya típicas campañas concertacionistas que nos acostumbraron al mal menor y a seguir temiéndole a una derecha, si bien con las manos manchadas de sangre, pero tan oportunista y chacaloza como los próceres e históricos libertadores del estado de derecho (solo una "a" al final de esta última palabra les limpia de lo que en evidencia, siempre han sido: un estado de derecha).

Veo en la calle Victoria, cómo las abuelas y madres solteras confeccionan con religiosidad, un altar a punta de calzones y sostenes, calcetines y chapes para el pelo, sacados de unas cajas de cartón arrastradas durante kilómetros con la ayuda de carritos de feria, para luego de una jornada de más de ocho horas, desmontarlo e irse con un saldo fantasma extraído de las dudosas ventas. Se nota a la legua que el negocio está en otro sitio, como ocurre con el cassette de Leo Dan (que se pide en un kiosco del gran Valparaíso) o el kilo de paltas, que resultan ser un lucazo escuálido pero efectivo .De alguna forma hay que salvar el chancho.

El negocio, aunque sea evidentemente tránsfugo y figure dentro del mercado negro, entraña mucho más que la compra de un sucedáneo que nos sumerja en la ilusión de la posesión. Incluso si fuese el original, ese que se obtiene con tarjetas de débito y es embalado en hermosas bolsas plásticas que dan status a quien las carga, el negocio siempre sucede en otra parte. No está en el objeto en sí mismo que se pretende vender o ya ha sido vendido; está en un lugar al cual no tendremos acceso, así fuésemos el casero más fiel y demandante, porque las ganancias más requeridas por los comerciantes son de orden emocional.

Si bien las grandes cadenas les parece vital tener utilidades que marquen las mejores puntuaciones en las Bolsas, no es eso realmente los que los mueve a explotar sin tregua. Es sentirse los mejores, los primeros. Lo mismo pasa con la señoras de la calle Victoria, que se hielan el esfínter esperando que a alguien se le ocurra comprar ropa interior que causa micosis vaginal, con el afán de sentirse útiles, justificar sus existencias, y ser parte de una sociedad productiva.

Tenemos candidatos legales, que cuentan con holding y publicidad, y también candidatos ambulantes, que a lo más, tienen una red que les advierte de los peligros de estar sin alero e incondicionales que prefieren el menudeo. Sin embargo, ambos sufren de la misma tara. Apesar de las reglas del marketing, no apelan a las necesidades preexistentes y tampoco generan expectativas, así se deshagan hablando del "cambio" o haciendo declaraciones de principios, que pudiendo ser audaces, terminan siempre de guata en el patetismo. No son capaces de generar una buena propuesta y la que tienen es tan poco atractiva que deja de manifiesto que en otro lugar está el negocio. En ese sitio inescrutable para un simple consumidor. En la psiquis de quien se interesa en "vender".

El problema es que no existe pomada. A lo sumo una mancha de una pomada vencida, o el recuerdo de una pomada milagrosa que se perdió en una cajonera apolillada.

Los candidatos no quieren ni siquiera vender la pomada, siendo que vengan a venderla es algo usual en un país donde las oportunidades laborales llegan tarde, mal y nunca. Y no digamos que los aspirantes al hemiciclo, o a La Moneda, no están preocupados por la cesantía. Sobretodo, por su propia cesantía. Lo que les mueve a todas luces, al igual que el que comercializa, ya sea en las grandes o bajas ligas, es mantenerse al corriente, es ser venerado por un usuario confundido y ávido. Pero, para suerte de los autócratas, la crisis en el mercado, y más patentemente en el político, a llegado lejos. Los productos están revenidos, son de segunda mano y que los que se han tentado a comprar, tienen docenas de gatos pasados por liebre.

Quienes un día coreamos el "lleve de lo bueno" con toda la fe puesta en el ritmo, hagamos el ejercicio de tararearla en una caseta frente a una papeleta; simplemente nos revelará lo falaz y hasta ridícula que resulta esta frase cuando se trata de lo que nos ofrecen los "candidatos".