martes, 19 de marzo de 2013

Como en el Far West



Andrónico Luksic no aguantó que se mofaran de su riqueza y no trepidó en demandar por usurpación de identidad al abogado Rodrigo Ferrari, creador de las cuentas de Twitter @losluksic, @andronicoluksic y @luksicandronico en donde con una creatividad descollante dejaba en evidencia el actuar de los dueños de Chile.

El hecho que atenta contra los derechos digitales más básicos y que además demuestra una intoleracia radical de los poderosos ante cualquier tipo de situación que genere algún ruido, por pequeño o humorístico que este sea, convierte en intocables incluso en el no-lugar a estos siniestros personajes.  Ahora, cuando nos trasladamos a lo que territorialmente sucede con la lucha de clases, que niegan, pero que perpetúan manteniendo el usufructo de los recursos que no son sino de la naturaleza y de quienes ahí pertenecen, las cosas se ponen muchísimo más peligrosas.

La tesis de la “bala loca” que habría matado durante su jornada laboral al presidente del sindicato n°1 de la empresa contratista Azeta, Juan Pablo Jiménez, fue depuesta con rapidez pasadas algunas horas del brutal crimen.

La PDI en su indagación preliminar aún no contaba con datos como que la empresa tiene 52 demandas laborales y que Jiménez el viernes 1 de marzo en calidad de líder sindical acudiría a una audiencia en el centro de Justicia a declarar por las denuncias por despido injustificado de sus colegas Javier Tapia y Juan Velásquez.

La empresa que ofrece asados a sus trabajadores no sindicalizados, pero que carece de medidas de seguridad necesarias para el desarrollo de sus faenas,  en el inicio de su página web tiene un sentido comunicado  firmado por Francisco Negrete Aguirre, socio director, donde expone que colaborarán con la investigación del horrendo homicidio.

Sin embargo la sub gerenta de Recursos humanos, María Cristina Leal, ha declarado públicamente que no hay “condenas” para la empresa y que “no tenemos ningún reclamo, ni juicio ni nada pendiente con el sindicato N° 1. Las demandas anteriores no tiene nada que ver con lo que estamos sucediendo” con lo cual niega la acción pendiente que ejecutaría Jiménez en tribunales.

Su viuda y madre de sus dos hijos de 3 y 9 años, ha manifestado que su marido estaba amenazado, que era hostigado telefónicamente y que estaba en completo conocimiento de la cruzada en la que estaba comprometido para que los derechos de los trabajadores no fueran pisoteados.
Ximena Acevedo, pese a las sentidas palabras del comunicado de Negrete, o más bien negrero , no fue llamada por la empresa para dar las condolencias.

Es difícil no recordar  a Jorge Matute Jones, joven desaparecido en Concepción en 1999 y que recién en 2004 fueron encontrados sus restos pero no a los culpables del caso que hoy está sobreseído.

 Su padre, Jorge Matute Matute, fue presidente de la Federación Nacional de Trabajadores del Petróleo (ENAP) hasta el día de su muerte en agosto de 2011. Su labor como dirigente sindical la inició en 1981, en plena dictadura,  colaborando incluso con la Comisión de Derechos Humanos. Una trayectoria que realizó evidentemente con la sombra del acoso y el gran misterio criminal de la muerte de su hijo menor, que a pesar del gran dolor provocado, no menguó su capacidad política.

Ya vemos, el poder se venga de quienes luchan. No les basta con ser propietarios de los medios de producción, del lenguaje de poder encarnado por las leyes, de las fuerzas armadas que responden como si fueran sus guardias privadas, e incluso de la tierra donde pisan los que ni siquiera nacen; quieren la potestad de la vida y la muerte cual dios castigador de la insolencia de quien se defiende de la tiranía.

Es por eso que no hay más opciones que aceptar que nos encontramos en una guerra que están ganando justamente cuando la “paz social” se encuentra en apogeo. No basta con rezar, pero tampoco basta con tirar piedras o escribir incendiarias columnas. Las cosas están bien claras. O nos hacemos cargo con sus mismas “armas”, o nos acostumbramos a seguir cayendo en esta batalla solapada en donde nuestro rol se perpetúa en la victimización y la derrota.