miércoles, 10 de marzo de 2010

Gracias al Terremoto





La orgia de imbecilidad criminal no se hizo esperar. La incapacidad de las “autoridades”, la lentitud de las instituciones, la estafa de las inmobiliarias, el usufructúo de las empresas, el “pillaje”, nueva y ridícula palabra utilizada hasta la saciedad en los informativos, dan cuenta de la verdadera y letal falla que afecta al territorio chileno. Un daño estructural en la moral de nuestro país, que ha visto caer a pedazos un modelo económico que hoy, producto del telúrico, ha evidenciado la incompetencia y rapacidad de sus suscriptores.

Para qué seguir con las críticas al gobierno saliente. Pará qué. Si sabíamos que a la gordis lo único que le faltaba era un terremoto. Además, si queremos escucharlas, sintonicemos a Tomas Mosciatti despotricar en contra de la ONEMI, que liderada por el doble de la Elvira, ha caído en errores imperdonables que hacen que esta sigla pueda ser decodificada como la Oficina Nacional de la Estupidez, la Mentira y la Incapacidad.

“En la cancha se ven los gallos”, que han resultado ser gallinas cacareando, colapsadas y sobrepasadas por las circunstancias.
Siempre he dicho en cada una de mis columnas que es innecesario confiar nuestra existencia al Estado, y ahora como se ha podido verificar, de nada ha servido ser ciudadano chileno, pues la vida y el bienestar han tenido que ponerse al final de una larga fila, encabezada por los patrones, que aterrados del Frankenstein social que crearon con sus prácticas neoliberales, claman por resguardo a la propiedad privada.

Como siempre el ciudadano de a pie, que en esta situación está de bruces o de poto, es el que se encuentra en tela de juicio. El debate está en qué resulta más asqueroso, el acaparador que se lleva las 18 cajas de leche que hay en todo el supermercado, o el idiota que carga un plasma, que de seguro no tiene valor nutricional y que ni a las brasas conseguirá buen sabor. Pero todos sabemos que no es nada más que un síntoma, una representación de lo enfermos que estamos, una huella de la contrarrevolución capitalista, una manifestación de nuestros traumas económicos, una señal, como lo fue el triunfo de Sebastián Piñera.

Parece surrealista, parece sacado de la ciencia ficción, parece una acción de arte, parece, pero no es. Es la hiperrealidad que con 8.8 grados logró hacer subir la fosa séptica en donde se guarecía el alma nacional, porque podemos seguir bajo el rasgo humano que tanto nos caracteriza: la hipocresía, y repetir como buenos esbirros tras Kreutzberger “Levántate Chile” o mencionar emocionados que “Chile ayuda a Chile”, pero sabemos que no es cierto, que cada uno se ha preocupado de asegurar el chancho con un celo repugnante.

La solidaridad es nada más que un valor de exportación. Una mascarada con la cual actuamos en el concierto internacional. Una buena forma de hacer política exterior, y eso de que la caridad comienza por casa, da lo mismo, total los damnificados estaban sin luz y no pudieron ver las pantallas en donde la realidad toma forma, además, miles de chilenos antes del terremoto vivían sin agua potable, ni luz, ni casa sólida, y nunca nadie hizo demasiado por ellos.

Bienvenido Bicentenario, bienvenidos doscientos años que han logrado que Chile tenga la personalidad patológica de un abuelo con el complejo de Diógenes. Bienvenidos al fin del mundo donde comenzó el fin del mundo. Bienvenidos al triunfo histórico del positivismo, del cartesianismo, del modernismo, que paradojalmente fue dado de baja gracias al terremoto.