Pedirle peras al olmo es una perdida de tiempo. Si bien la
vida misma en las condiciones a las que esta sujeta parece obligarnos a malgastarlo,
hay varias formas de hacerlo más interesantes que empeñarse en que el olmo se
ponga a dar peras, o que el Presidente proponga y haga lo que en evidencia el
pueblo propone y exige. Hay situaciones sociales que por lo anquilosadas que se
encuentran, parecen ser verdaderas leyes físicas ininmutables.
No vas a convencer a un flaite de que la sopaipilla es un
peinado desopilante y horrible, o que salir con pistolones en las fotos los
delata de cualquiera de sus temerarios actos. Sería lo mismo que explicarle a
un shuper que sus pelmazos bailes y su idiota jerga “random” apesta a pocos
minutos de desplegarse con elegante abajismo.
El poder es el poder, y con respecto a éste podemos solo
someternos si no somos capaces de ejercerlo y traspasarlo para que sea lo que
originalmente es, un medio y no un fin, para conseguir cosas buenas para el
mundo.
Pero estos buenos deseos sacados de tarjeta Village, se han
extinguido igual que la ídem, y ya todos tenemos más que claro que el arte de
la política ha culminado en la patética representación de políticos que sin
tener nada más útil que hacer con sus mediocres vidas se han desatado
generosamente en una vergonzosa puesta en escena que nada tiene que ver
con generar soluciones a los problemas
originados por la obligatoria vida en sociedad.
Cae de cajón y lo sé. Tenemos a la vista que los políticos
no generan políticas y que esto le conviene al show business de los medios de
comunicación, las empresas, los comandos y partidos. Después de todo nos gusta,
sin tener muy claro que fue primero, el huevo o la gallina, y el espectáculo
desplegado en torno a estos decadentes representantes de la voz del pueblo, es
un bien de consumo.
¿No será que la voz del pueblo está igualmente decaída? No,
dirán los que se sienten orgullosos de las incontables marchas, de los mata
pacos y las proclamas estudiantiles, igualmente espectaculares y obviamente
también convertida en un bien de consumo dentro del mercado de lo “político”.
Se advierte que esto está de moda, y sólo eso, cuando en
efecto podemos ver que la voz, el discurso del pueblo y más aún su práctica
está tan decaída como su representación en la forma humana de “políticos”.
Cuando lo veo a usted sin saber comportarse cívicamente en
el metro, donde se queda parapetado en el poder de ir pegado a la puerta cuando
se baja 15 estaciones después, cuando se arrastra frente
al jefe que lo amilana con solo una mirada, cuando decide comprarse un auto con
5 puertas para ser más bacán, cuando
bota al perro o al gato, o cuando se siente mejor viendo al otro ser cagado por
la polola, despedido del trabajo, asaltado “por weón” en una pasarela, uno se da cuenta que esperar que tu
representante te represente fuera de la norma cotidiana de tu propia actuación,
es pedirle peras al olmo.
Sabemos o intuimos que la sociedad es una farsa de los
centros de producción para colocar la mano de obra en un solo lugar, siendo
devenir del drama éxodo campo-ciudad, de
las necesidades crecientes y un aburrido etcétera que ha construido esta familia
hacinada que se odia y se abusa, pero que hipócritamente y sobretodo por miedo,
permanece unida, con líderes gestados a imagen y semejanza de la imperfección, mezquindad, cobardía y
deseos de “humanidad”, de diferenciación y valoración de supuestas cualidades
excepcionales.
Por eso, si queremos que las cosas cambien, en primer lugar
asumamos que somos espejo de los otros y que al haber finalmente accedido a
esta argamasa de miserias sapiens no podemos esperar que la mierda huela a
gloria. Esto antes para comenzar a intentar abrir los ojos desde un ángulo
menos frontal que contrapone pechito con pechito y ombligo con ombligo en un
baile que gesta aún más bocas con discursos y prácticas decadentes. Quizás sólo
así por fin podamos cultivar el ansiado campo de perales y alimentarnos de sus
dulces frutos.