Así era como mi nonagenaria Mamita Ana me chantaba las cucharadas de comida. Una dona trena puchito de paco, carita de macaco. Y una a una, con una velocidad contraindicada por cualquier pediatra, iban llegando a mi boca. Era mañosa, como ahora, y había que hacerme algún showsito, como ahora, para que accediera. Desde ese “tierno” gesto me comenzó a quedar la idea de que los pacos eran unos macacos.
Confusión o la más pura verdad con la que crecí entendiendo aquello, aun de tener un abuelo paterno de verde uniforme y patrióticas carabinas haciendo algo más que adornar mi árbol genealógico.
Hace poco por un entuerto difícil y estúpido con el pase escolar de mi hijo, debí ir a una Comisaría a dejar constancia de su perdida. Fue ahí cuando uno de estos “amigos en su camino” entrego en manos del niño una revista institucional, la cual he revisado hasta el hartazgo.
En su edición de Aniversario, recordaban la gran proeza de todos los tiempos: la defensa de Juan Pablo Segundo, el Mensajero de la vida y peregrino de la paz en su visita a Chile en plena Dictadura. El despliegue impecable y la conducción a sangre fría del papamóvil, la dispersión de las protestas y el místico mensaje “El amor es más fuerte” estaban en un reportaje no muy concienzudo pero sí muy democrático, con el fin que cualquiera, sí, incluso un macaco pudieran entenderlo.
Los peones del Estado, castrados lingüísticamente, y por consiguiente, ideológicamente para hacer cumplimiento del imperativo de “orden y patria”, eran informados en las páginas en couché de sus beneficios como uniformados. Caridad pura y dura de quienes como funcionarios públicos desclasados deben acatar las condiciones de la estructura con míseros sueldos.
Becas para sus hijos que no alcanzan más que el nivel técnico, y un concurso de pintura que en sus bases obliga a hacer la obra con la inspiración basada en la actividad del carabinero en la comunidad, que para colmo no especificaba el premio, diciendo que “será un pasaje para el grupo familiar a un destino dentro del país que se verá en su momento”.
“Paco bueno, paco muerto” es una frase que tomó aún más sentido con Bernales, pero que encierra que traicionar al pueblo, siendo los perros guardianes de la oligarquía, pocas veces trae signo de bien. Y en evidencia.
La revista de la misma institución promete seguridad para el carabinero colocando una infografía donde aparece un FF.EE, como todos regordete, modelando la armadura bajo el lema “Para que no te pase nada”. Ciertamente es una preocupación caer en la lucha cuerpo a cuerpo que se da en las calles.
Cuando explico y hago ver que la violencia es del Estado que en las poblaciones da las acotadas opciones de paco o ladrón, muchos me dicen que no debiera ser así de benevolente. Que no debe haber compasión por quienes han decidido llevar la carga de garantes de la propiedad y la defensa de los poderosos. Sin embargo, me queda siempre la duda si se podría realizar un trabajo con ellos como con el lumpen y la esperanza de las esposas protestando por aumentos frente a La Moneda y en de Pé a Pá, además del desparpajado y exhibicionista Ripetti.
“Ni los obréricos, ni los paquíticos tienen la cúlpica señor fiscálico” son las alumbradas palabras de la Violeta. Y sí, los pacos no saben lo que hacen al igual que los soldados que atravesaron de un lanzazo al flaco de la cruz.
Ser un matapacos, un luchador centrado en el combate con estos simios de uniforme, quizás es perder el foco de la lucha de clases, pues estos también son trabajadores asalariados, que en su desclasamiento y ausencia de ciudadanía como actores pensantes dentro de la sociedad, quedan aun más relegados que cualquiera de nosotros.
Las poblaciones o guetos de pacos son y seguirán siendo pobres, aun de que las viviendas fiscales aminoren la carga económica.
En las últimas páginas de la revista se mostraba a una rolliza mujer con cara de desesperada ilustrando una infografía que daba consejos para llevar una dieta saludable.
Se me vino a la cabeza el “ula ula, los pacos tienen tetas, las pacas tienen tula” y sentí una enorme lástima.
Darlos vuelta quizás sea una hazaña difícil, más que tirarles una molotov a mansalva, pero seguro daría más frutos en la verdadera lucha social, donde el verdadero culpable es el poderoso. Quizás debiéramos rayar las murallas con un seco “rico bueno, rico muerto”.