domingo, 17 de mayo de 2009

Notas Suicidas


Tuve una vez la estúpida idea de que la muerte es el único espacio democrático en el que puede vivir, paradójicamente, el ser humano. Pero comenzó a cambiar este axioma en mi cabeza cuando el abuelito murió tranquilamente, contenido por todos sus parientes y amigos, y atendido por médicos a cuerpo de rey, en el Hospital Militar. Libre de polvo y paja se iba el tirano Augusto, dejando esa indeleble huella neoliberal que nos sentencia a la dependencia concreta a un poder abstracto, que ahora en crisis, parece ser más fuerte e implacable.
Doña muerte tarde o temprano llega, y hay que tener la lamparita encendida, pues en cualquier momento nos quedamos a oscuras y no alcanzamos a ver el magnífico túnel. Si no hemos sido santos y fuimos pobres, olvidemos las iglesias construidas en nuestro honor y por el descanso eterno de nuestra alma. Seremos, en un par de años, una fría tumba empolvada, si es que logramos ser recogidos del servicio médico legal. En mi caso lo más probable es la absoluta ausencia de legado (Aunque sé que la época cala más hondo que el ADN, ya tenemos a Marquito como ejemplo, con un liderazgo tan distinto al de su padre biológico), y me alegro infinitamente de no heredarle a nadie mi estulticia radical.
Es extraño que las categorizaciones nos persigan póstumamente. Que los mausoleos y las animitas tengan una estética de clase, que las pirámides sean tributos a las “momias”, y que Belén, sea a la vez, gran cementerio y cuna de la civilización.
Artaud decía: "Vivimos como si al nacer apestara ya a muerte". Y parece bastante obvio, como bastante obvio es heredar los errores de los antepasados, llamados elegantemente “conjunto de costumbres y creencias” o simplemente cultura, y la pobreza o la riqueza de nuestro linaje. De todas formas construimos sobre ruinas; las más hermosas plantas nacen desde la más mugrosa tierra, agusanada y purulenta.
A raíz de las garantías occidentales de trascendencia, doña muerte es la gran perdedora. Los esfuerzos por mantener la vida, ese regalo tan preciado por vaticanos y patriarcas, fundamenta la prohibición del uso de condón y la condena biopolítica sobre los cuerpos femeninos. Incluso la donación de órganos y la campaña mediática hostigadora por “ser donante”, y ser mala persona si uno no quiere terminar repartido por pedazos para darle un poco más de años de uso, a veces uno completamente maligno, a personas como Edmundo Pérez Yoma, es una forma de obligar a que la vida permanezca cautiva en un cuerpo que ya no está para esos trotes. Puede sonarles mormón, pero lo que acabo de decir sino es lisa y llanamente mala onda, es hiperrealista, y por lo tanto completamente desavenido con cualquier religión.
Fue de avergonzarse el histrionismo del Ministro de Hacienda, cuando simuló afectarse por los dichos de Piñera, que es un pésimo político, pero un gran oportunista, que dio en el clavo al decir lo que tantos pensamos. Tráfico de influencias para que “el drama de una niñita” fuera superado con helicópteros, clínicas privadas y cuicas canciones de Mazapán. La lucha por la vida de esa niñita, heredera del poder económico y mediático, fue, al decir lo menos, más efectiva, porque además de salvar sin secuelas, realizó una limpieza de imagen y un alza inusitadas en las encuestas de su papaíto piernas largas, que la lucha que daría cualquier niñito o niñita de población cayendo a un río mierdoso o a un inmundo pozo séptico.
La muerte como gran tragedia cuando son niñitas del Villa María, y como accidente imponderable, cuando se trata de los huachos de Antuco. Así son las cosas, y ahora con la gran ola de muerte que llega por la inoperancia e indolencia con el medio ambiente, contagiándonos con gripes aviares y porcinas, parece que el mundo se resiente ante la posibilidad de la ley de Moraga, sobretodo en Cuba y Venezuela, que a pesar de las recomendaciones de la OMS, siguen con terror restringiendo los vuelos aéreos. Pero la muerte siempre anda ahí, haya o no pandemias de por medio. La eugenesia es solo un método más en tiempos de crisis. Es por eso que más que una vida mediocrizada por la usura y el control del estado policiaco-empresarial, deberíamos pensar en la muerte como una oportunidad de despegarnos de esta, necesariamente, oscura realidad y comenzar a debatir seriamente respecto a la eutanasia.
El “buen morir” debería ser el más consagrado de los derechos humanos, aunque los crápulas ancianos que repletan las instituciones y coordinan el detestable discurso de lo “público”, defiendan atormentados sus infames huesitos, y su futuro “vitalista” de ambiciones interfectas, haciendo el tongo, como si ya no supiéramos que el mañana solo es acumulación de ayeres, o como dicen: “el futuro no es nada más que las ruinas del pasado”, y un pasado como el nuestro, es un cerdo que no da grasa, sino como ya nos quedó claro, pura peste.
Orwell es mi profeta y pastor. Era obvio, algún día los porcinos tomarían el control de forma definitiva y sin solapas.