martes, 15 de junio de 2010

El futuro es un espejismo




La globalización ha sofisticado la modernidad como la conocíamos, y la expansión de la economía y sus leyes, han homogenizado los mercados a pesar de la diversidad cultural. Las desigualdades continúan agravándose, precisamente porque la universalidad, principio básico de la era moderna, no hace distingos y pasa la aplanadora haciendo uso del poder que siguen detentando los mismos centros hegemónicos. Las clásicas potencias, no se han diseminado por el mundo para desarrollar políticas que “rasen la cancha”, slogan integrado y optimista con respecto a la “democratización de las sociedades de consumo”, sino que para seguir explotando a los países periféricos utilizando a los Estados como plataforma que los legitima, facilitando su irrupción e incluso deseándola, ya que corresponde a lo que conocemos como “inversión”, situación que se supone beneficia a los ciudadanos con trabajos y mejoras en su calidad de vida. Pero sabemos que eso no es cierto. Que simplemente la globalización es un nombre bonito para el imperialismo soterrado en la invisibilidad de las nuevas tecnologías de la información, las finanzas, y las corporaciones que no tienen ese carácter material, que antes hacia evidente la intrusión de los invasores. Es verdad que la tecnología es liberadora, pero para quienes reciben computadores de palo, o para quienes no tienen conexión a luz eléctrica, esta aseveración se hace incomprensible.

Existe un espejismo al decir que ya ha llegado el futuro porque pertenecemos a las redes sociales tales como Twitter, Facebook, MSN, hi5, Google, Youtube, y todo ese milagro llamado Internet, pues la fragmentación producto de esta comunicación “a distancia” potencia la atomización. Si bien se fortalece el debate, y se priorizan las ideas, se desmovilizan las acciones concretas, y finalmente, los individuos quedan saciados de experiencias gregarias con el simple hecho de “postear” en algún muro, u opinar mediante un “nick”, sin siquiera enfrentarse a los interlocutores con su verdadera identidad. Si antes decíamos que el papel aguantaba todo, imaginemos como aguanta esta virtualidad, este espacio descampado del no-lugar. Es cierto que puede ser un nicho de organización para grupos postergados, y la posibilidad de sentar las bases en la realidad, pero si solo nos quedamos en esta lucha mediante cadenas de e-mail, sin lograr convocatoria, todas las palabras literalmente se las llevará el viento.

Podemos ver que ciudades añosas que representan culturalmente a las naciones, no son beneficiadas con estas olas de futuro: con la globalización, la publicidad y la llegada de turistas. Muchas de estos lugares se convierten en una fachada bien pintada, una escenografía armada para teatralizar el pasado, en donde la pobreza y la indefensión parecen expresiones pintorescas y folclóricas propias de Latinoamérica. Estas ciudades de chocolate, a pesar de estar de lo más presente en la Web, pues hay información, facilidad de transporte, oferta hotelera y gastronómica, están lejos del desarrollo, o de una modesta mejora en la calidad de vida de sus habitantes, que por el contrario, se convierten en esclavos del turismo, el que en vez de beneficiar, encarece las condiciones de vida, y segrega a los oriundos a los suburbios. Ya se han construido muros, túneles, e incluso paneles con imágenes virtuales, para que el forastero se pierda las postales de la realidad. Simplemente la ficción es la que llena las salas de cine, y es en el séptimo arte donde se invierten más recursos que en la superación de los países económicamente debilitados.

En Valparaíso, mi ciudad, no pasa algo distinto. A pesar de tener gran desarrollo tecnológico, pues es un lugar con polos universitarios de calidad, de tener gran presencia en el mundo, pues es Patrimonio de la Humanidad, y de ser foco de identidad nacional pues es capital cultural de Chile, no se ha visto beneficiada con ninguno de estos elementos. Simplemente aquí el futuro es un espejismo. El terremoto, madre de todos los problemas, es la excusa para las especulaciones inmobiliarias del presente gobierno. El alcalde Jorge Castro (UDI) determinó cerrar el Mercado Puerto, y últimamente ha dicho que venderá el Teatro Municipal, pues se encuentra dañado y no puede seguir arrendándolo. Se dice que en este lugar se construirá una multitienda que no generará más cultura que las del endeudamiento y la usura. Lo que pretende el edil, es construir un nuevo teatro en un mall en el bordemar, en un proyecto emblemático para el “futuro” de la ciudad.

Aunque la comparación puede ser curiosa, toda esta modernización “a la mala” me retrotrae a la figura de Michael Jackson. Puede parecer inadmisible, pero una ciudad que como el cantante, no descubrió sus dones por si misma, sino que fue explotada desde la más tierna infancia, no valora lo que posee naturalmente, y para seguir al corriente, avanzando hacia el tan sobrevalorado futuro, se afirma en el artificio, llegando a limites absurdos para sentirse querido y respetado por los otros. Es por eso que sin duda debemos darle importancia al futuro, pero sin olvidar que la historia se construye paso a paso, sin dejar que nadie ruede por las escaleras del tiempo, y se sumerja en un recuerdo erróneo, ni que nadie se pierda subiendo por ellas, ya que no dan más que a un falso espejismo, a una deformidad, a un delirio en la nada.