lunes, 18 de octubre de 2010

El Metro Moneda





El flautista ciego de la Estación La Moneda tiene una de $50 en su brillante tarrito, y eso que ya son las 10. Esos rostros anónimos que se apretujan con olor a Ballerina en el pelo por la mañana y a uno indefinible por la tarde, que ridículamente libran una batalla campal por el respeto al “metro” cuadrado, una vez que son expulsados de los vagones parecen hacer una tregua y convenir sobre el severo juicio a la interpretación de esa melodía cuasi nortina, indígena, triste, que nadie escucha, o que todos escuchan y les carga… No es para menos, estamos en el centro de La Metrópolis, en el corazón político de Chile, en el lugar donde nacen las decisiones mientras flamea hermosa, la solitaria figura de la monumental bandera.

El ciego no se ha adecuado a los tiempos. De seguro es analfabeto braille, y así como nosotros un incógnito, pero aún más que eso. Un mendigo, un NN, un marginal que con su flauta marginal, toca melodías marginales. Un descolocado. Fuera de todo orden señalado. Peor que el anarquista cada vez más intelectual, o el neoliberal, igualmente enemigo de las leyes y las instituciones públicas, que sin embargo ha creado su propia cultura, haciéndola, pese a sus conceptos, oficial. El flautista ciego, en cambio tiene el descaro de enrostrarnos su condición de marginado. No solo dice, o gana plata oponiéndose al Leviatán. Él muere en las calles a vista y paciencia de nosotros, los hombres y mujeres de la patria, tan distintos, tan anónimos, tan ignorados y explotados, pero todos tan chilenos.

El flautista seguramente también es chileno, pero parece no pertenecer al estado de Chile, ni representar el espíritu bicentenario, menos la fortaleza de los mineros. Parece acercarse más a la realidad indígena, esa que gracias a su instrumento de viento puede evocar.

Como me lo explicara mi maestro Miguel Alvarado “Para el viejo Hegel el Estado es la entronización de la razón en la organización de las relaciones sociales, por lo tanto, una sociedad sin Estado debería ser irracional, inconsciente, incapaz de tomar decisiones sobre la integridad física de sus miembros, y quienes pertenecen a esa cultura irracional se les debe proteger de sus impulsos, deseos y cavilaciones degeneradas: si no hay Estado no hay racionalidad; no existe entonces sujeto autoconciente, por lo tanto es la cultura occidental como cultura dominante la que decide cuando la muerte es una legitima inmolación y cuando la muerte es un sacrilegio, un crimen y un desperdicio”.

Si los sacrificios son hechos por la patria, como tomar el metro cada mañana e ir a trabajar durante más de 8 horas, acortando la “vida” como popularmente se le conoce a ese tiempo en el que uno debe desarrollarse como ser humano y intentar construir algún reino de este mundo, o de otro, es loable y maravilloso. Eres un buen elemento. Pero si sufres y mueres por causas ajenas al sistema pautado por la República, estamos hablando de un ente patológico, miserable, raro, reprobable a todas luces.

Lo paradojal es que el mapuche prefirió luchar mediante la huelga de hambre a ser sometido a los dictámenes del estado y la ley chilena. Tan paradojal como que ese ciego de Moneda, aún siendo chileno no tenga un estado al cual recurrir para ser digno de morir por la patria, y debe recurrir a la limosna y la buena voluntad de los que sí podemos sentirnos orgullosos de exprimirnos voluntariamente en las estaciones. Lo hermoso, que a pesar de su ceguera, de esa oscuridad que no sufrimos, tenga una flauta en sus manos para tocar notas arcaicas. Sonidos de aquellos olvidados, como él, por el estado y sus fórmulas que parecen estar nada más que en las buenas, como en un matrimonio por conveniencia.