miércoles, 6 de octubre de 2010

El Eufemismo




Parece inverosímil. Una cuestión sacada de algún cuento loco de la generación Beat. Algún burdo poema del Realismo Sucio, porque así es. No podría relatarse con eufemismos, porque lo estaríamos camuflando, haciéndole el juego al discurso oficial. Ese que hace encolerizar a los honestos de todas las épocas. A los jóvenes que desplegaron un lienzo, en 1967 en el frontis de la casa central de la Universidad Católica, y a los jóvenes que atacaron este 11 de septiembre 2010, a los periodistas de los medios de comunicación candongos y falaces, escribiendo "La prensa Miente" en las puertas de un utilitario blanco afuera del Cementerio General. Pues ya no es solo El Decano quien lo hace, incluso podríamos decir que no emplea la patraña en su sección de economía, porque ahí están bien claras las cosas, si es que uno sabe sobre jerga financiera.

Pero así están las cosas. Fuera de la solapa mediática, el trato directo no emplea concesiones. Como siempre ha sido.
Sin embargo, hay una institucionalización en la dimensión del lenguaje de ciertas prácticas que siempre sucedieron, pero que al calzarle nombres nuevos, pertenecen a una puesta en escena naturalizada, incluso cool. El amedrentamiento físico ahora es llamado bullying, el pueblo es denominado usuario, la esclavitud pasó a llamarse sueldo mínimo, y los serviles ahora son ponderados como propositivos. El compañero es el colega, y la prostituta, una scort.

Pero donde las papas queman, donde los gallos salen a la pelea, donde la vida urge y se enerva, los neologismos, extranjerismos, palabras de moda y buena crianza, son una forma de solapamiento de, que aún de la tecnología y el avance, o fin de la historia, el ser humano sigue siendo el mismo.

Hace pocas semanas fui a la cárcel de menores de Limache, o “centro privativo de libertad”, para niños desde 14 a 17 años, que viven hacinados en celdas, llamadas “casas”, donde habitan no menos de 26 reclusos, o “internos”. Esos niños no van al colegio, y se dedican a elevar volantines o amedrentar a los más débiles. La mayoría estaba por robo con intimidación, y por esto les dieron 26 meses de pena. El taller sobre poetas del mundo, les intereso lo suficiente para que 18 niños pusieran atención y participaran. Puede ser porque son escasos, ya que no tiene un programa de educación sistemático, pero se supone que están “rehabilitados”, listos para enfrentarse al mundo, después de experimentar la decadencia del encierro, con la putrefacción y la miseria que esto conlleva. La orfandad, la precariedad, la mala educación, la pobreza, es solapada con la reforma procesal y la rebaja de la responsabilidad penal.

Lo mismo sucede con la cesantía, el centralismo, la muerte del campo chileno, que se traduce en la Conscripción, después del episodio de Antuco, finalmente voluntaria. La falta de conciencia social, la ausencia de leyes laborales, la atomización del movimiento sindical, la baja representatividad de los parlamentarios, tienen como resultante la subcontratación y la flexibilidad laboral. El machismo, el sexismo, las tradiciones del matrimonio, la sumisión, los roles sociales arcaicos, las manifestaciones culturales obsoletas, los fetiches religiosos, icónicos en el “femicidio”. Y así me podría pasar la mañana dando ejemplos de los nuevos términos, de la vanguardia retórica a la que estamos expuestos, para entender que los años no han pasado en vano, aunque sí.

El lenguaje del progreso no ha evitado que por el Twitter y los Blogs, herramientas punta en el desarrollo de la nueva era comunicacional y de las redes sociales globalizadas, muestren la hilacha los seres humanos comunes y silvestres, anteriormente parte de la masa, “cubrida”, como diría Piñera, por el manto homogenizador del discurso oficial, patetizado por los medios de comunicación.

Es así como hoy por hoy podemos conocer el pensamiento de mujeres tan distintas como Teresa Marinovic, filósofa y conservadora, y María Carolina, reconocida scort chilena. Ambas están unidas por sus ideas antimapuches.

Sin eufemismos, la primera nos habla de lo “malcriados” que le parecen, comparándolos con un niño de tres años que por maña se niega a comer, y la segunda va un poco más lejos, cito: “Los mapuches son unos resentidos sociales. Que se mueran, total nadie los va a extrañar”.

Así el racismo sin solapas, la vida sin eufemismos, sin caretas, que es como dormir a la intemperie sin colchón, dura, como un poema de realismo sucio, como un cuento escrito por un drogado muchacho sin esperanzas y sin amor resulta ser lo que necesitamos para darnos cuenta de cómo somos. De los demonios que hemos alimentado mientras con hermosas palabras construimos una canción que será interpretada por un coro de ángeles a sueldo.