jueves, 18 de noviembre de 2010

Quirihues´s bar



Es una característica de los cuarteles el jolgorio y el copetengue. No es de extrañar la partuza en la media luna de Quirihue. Por eso concuerdo con Alinco, el diputado chicha-fresca, en que el escándalo desatado y la sanción impuesta a los soldados bailarines es parte de la hipocresía chilena.

Conocemos de sobra la historia del asalto al Morro de Arica. Guerreros bajo la influencia de la chupilca del diablo, brebaje compuesto por aguardiente chillaneja y pólvora, protegieron la soberanía de nuestra bella nación como guasca de curaos y a corbazo limpio.

No muchos saben que Diego Portales lo mataron de casualidad. Los soldados tenían la orden de captura, pero no de asesinato. Fueron las copas de más, la que tuvieron como resultado el magnicidio, provocando el terror de la hueste, que acañada se percató del deceso al día siguiente. Se entusiasmaron.

El mismo entusiasmo y ganas de matar que tuvo el Ejército encargado de “Pacificar” la Araucanía. Se decía que era peligroso cruzar el Bio-Bio sin una petaca de aguardiente en el bolsillo. La historia no escrita, y recientemente novelada por Patricio Manss en “El lento silbido de los sables”, relata esta barbarie cometida al calor de las botellas.

No es un secreto que los aparatos de “inteligencia” eran tan gozadores como Canitrot. Que el wisky y la cocaína jamás faltaron, como tampoco las vedettes y las canciones de Raffaella, los asesinatos y las violaciones.

Los milicos son buenos para el leseo.

Mundialmente conocido es el caso de los israelí que se entretienen tomando “divertidas” fotos de las torturas que hacen a sus “peligrosos” enemigos palestinos. Lo mismo que hacen los norteamericanos, soldados y soldadas, con los irakies, y con los reclusos de Guantánamo, que obviamente deben amenizar con algún licor de preferencia.

En mi infancia pude apreciar de muy cerca el espíritu dionisiaco del batallón, que en muchos casos veía mermado su sueldo por descuentos en Cantina, una de las instalaciones más mononas de El Regimiento, con nutrida barra, decoración medieval y mesa de pool.

Esto es un escándalo, pero no porque los soldados celebren en Quirihue, sino porque es una hipocresía castigarlos cuando la institución fomenta el arrebato de la sangre, cuando históricamente se ha utilizado el alcohol para envalentonar a la tropa.

Puedo dar fe del daño que ha hecho en los hombres y sus familias el incentivo a la “camaradería”, al “Drink, drink, drink” inmortalizado por Mario Lanza.

Recuerdo a un Coronel que obligaba a sus soldados a beber junto a él, y no podían retirase hasta que quedara ahíto de celebración.

Y esto, que pareciera ser baladí, “una tontera” en palabras de Rafa Gumucio, resulta ser un aturdidor de conciencias, para que la carne de cañón se mantenga eufórica, anulada, perfectamente manipulable.