viernes, 7 de enero de 2011

La importancia de lo pequeño




Las cosas grandes que históricamente han impresionado a la raza humana, no han servido más que para la explotación y para el fomento ridículo de la idea de que podemos dominar el tiempo- espacio.

Inútiles en su mayoría, salvo aquellas obras de ingeniería que sirven para la conectividad, dejando fuera las piñuflas autopistas concesionadas, que al primer remezón se destrozan, y peor, aquellos puentes que sin fuerza natural mediante se van a tierra, nos recuerdan el despotismo imperial, y la exacerbación de la trascendencia.

Las cosas han cambiado. La nanotecnología nos clarifica, científica y no filosóficamente, como ha sido la tónica, la importancia de lo pequeño.

Nanovacunas, Micro-bivores, Respiro-citos y Biochips, son los dispositivos que, igual que en las películas de "Tardes de Cine", se meterán dentro de nuestro cuerpo, con inteligencia artificial, para lograr mejorar nuestra calidad de vida y hacerla durar hasta los 124 años en promedio.

¿Qué haremos con tanto tiempo?

La vida está hecha de detalles, una frase cliché que cobra fuerza en las grandes ciudades donde la macroestructura parece absorber cualquier afán personal.Por ejemplo, luego de mi trabajo, me comí un pastel de frambuesa con ricota y una cajita de leche sin sabor sentada en el escaparate de un local ubicado en el Metro, mientras escuchaba a un excelente acordeonista. Me sentí de cumpleaños.

Más simple de lo que quisiéramos, las cosas funcionan mediante sistemas orgánicos y pequeños. Nos trataron de explicar lo evidente con palabras muy intelectuales y quizás poco inteligentes.

“Vivir la vida” haciendo micropolítica un día a la vez, teniendo nada más de ejemplo a las asambleas pingüinas y sus voceros removibles, haciendo revolución en chiquitito, es la forma principal de generar cambios auténticos, en el proyecto vital.

Pero poca importancia parece que se le da a la vida. La cosmovisión terrestre parece estar miope. Todos los esfuerzos se hacen en pos de la “hora de la muerte”, el fin de la historia, el Apocalipsis, el Armagedón, el Juicio Final, y todos sus correlatos en las distintas culturas.

Por así decirlo, se celebra con mayor ahínco un funeral, que un nacimiento.

La desconfianza con el nuevo habitante, la tragedia de su arribo, incluso la envidia o la total indiferencia que se genera, nos dice bastante, en contraposición con la venta de terrenos y nichos en el cementerio, el gran negocio de las popas fúnebres, además de los románticos, góticos y emos.

Si bien siempre se sabe quien fue el occiso, se conocen tanto sus virtudes como sus yayas -o escaras en varios casos- la despedida se hace con una euforia que ya se quisiera un pequeñito recién nacido.

Las bienvenidas son malas en este caso. Incluso lamentablemente las mismas madres se provocan depresiones hondas y prolongadas.

En un mundo donde se aprecia la construcción de murallas y esfinges, historias plagadas de jinetas y cargos, los mamotretos sesgados de versiones “oficiales”, parece asustarse llegado el momento de enfrentar la página en blanco. Esa que se llena primero con un pequeño signo, con la importante marca de la vida.