viernes, 18 de marzo de 2011
Torta, chancho y bebía
Antes de probar todo con tanta avidez en mi cada vez más triste vida, había tres cosas que me hacían feliz. La torta de piña, la mortadela lisa que me comía sin pan, y la bebida, por esos años bebía, la que mezclaba con manjar, y otra que combinaba hasta realizar las mezclas más insólitas y deliciosas.
Con los años, mis gustos fueron variando y la dificultad para alcanzar la fruición fue cada vez más difícil.
Lo que al comienzo fue sólo metabólico y hormonal, ahora radica en mi psiquis.
Qué difícil sería en este momento planear un día perfecto.
Qué difícil me resultaría intentar ser absolutamente feliz antes de que llegue la hora predicha.
La torta, el chancho y la bebía, un trío de productos tan usuales que hoy me parecen simples y vulgares, me hacen pensar que precisamente lo simple y vulgar es lo que genera las mayores estadías en ese tránsito llamado felicidad. Que esas visiones presuntuosas amparadas en las innovaciones farmacológicas alemanas, me quitaron bastante la sonrisa, pues adquirir el gusto por las texturas y las disgregaciones filosóficas es algo que sume en la más profunda de las soledades.
Y aunque uno nazca solo y muera solo, es complicado tener que vivir el periodo intermedio en esa inexorable permanencia, en esa espera de la ola plañidera, frente al océano, viejo y ágil, haciéndole trampas al tiempo.
A penas, podríamos decir que vamos a reírnos a carcajadas con chistes misóginos, que suenan como mantra, históricos. A penas, podríamos alegrarnos de algún adelanto tecnológico, o alguna rebaja en las tiendas de retail. A penas, por un hijo virtuoso, que aún come torta, chancho y bebía, pero que no sabemos qué pasará con él pasada la pubertad…
Porque todo es tan incierto que apenas podemos vivir el presente, porque apenas podemos figurarnos un futuro. Pero que juzgamos los errores como si pudiésemos arreglarlo de una frase, que encontramos inteligente, y eso quizás produzca tristeza o alegría, un tirón en la pantorrilla en el momento menos indicado, cuando el dínamo se ha consolidado en una fusión impecable, y quedamos apenas, recordando un sueño mientras doblamos el pie y lo posamos firme en el respaldo.
La torta, el chancho y la bebía, sirvieron como antídoto a la escuela, cuando fuera de ella nos echábamos a ver tele, y soñábamos con ser alguna caricatura que podía vencer a sus enemigos, y viajar en el tiempo con solo proponérselo. Creo que en ese tiempo ya sabíamos que eso no era cierto.
Porque siempre hemos sabido la verdad, que la torta se agria, que el chancho se pudre y que la bebía se desvanece.
Las pasiones parecen ser las únicas que sobreviven a la descomposición, pero sabemos que son pocos los que las aceptan con su riesgo y vergüenza, con su torpeza y brutalidad, que pocos son los que no se conforman con el sueño que aparece algunas veces a recordarnos que tenemos algo dentro que palpita, que no se conforma con escribir lindas composiciones, y hasta un cuadro, o una ópera.
Que es capaz de elevar la vida a la simple y vulgar forma de los amantes, esos que podrían comer torta, chancho y bebía, como si fueran los más sofisticados platos que la ciencia gastronómica ha creado en busca del placer perdido.