martes, 17 de mayo de 2011

El Sinceramiento



Hay varias cosas que de veras podrían cambiar el mundo. Por ejemplo que se diga abiertamente que la mujer que mató a sus hijos recién nacidos y que escondió en tarros de pintura, no lo hizo solamente de mala y de psicópata, sino porque no existe un aborto accesible y seguro, como tampoco un acceso fácil a la píldora del día después.

El discurso se sabe recrea realidades y por eso tenemos una realidad tan miserable en términos éticos. ¿No cree que sería mejor que Obama nos dijera: “dado a se viene la reelección y quiero quedar bien con los republicanos, voy a seguir al dedillo la política antiterrorista, emulando a Bush, mi otrora contrincante político, y haré una ofensiva comunicacional a costa de mi compañero en la fe, con el cual apenas tengo una letra de diferencia, Osama”.

Todos quedaríamos más tranquilos de que no hay un reverso, una cuota de hipocresía, una maraña o transfugués que nos deje un sabor de boca agriado por la desconfianza.
Por lo menos a mí, me parece que don Enrique se equivoca al asesorar a Don Francisco y decirle que porfíe con que él no es el padre de No-Flores.

¿No sería mejor que tuviera un hijo “por fuera” como la gran mayoría de los hombre chilenos de su edad? ¿No sería más cercano para la gente? ¿Hasta una esperanza para el huacherío cabezón?

Además, Don Francis ha realizado sábado tras sábado concursos de paternidad, con muestras de ADN ¿Qué mejor que él protagonizara uno de éstos?

Sería lindo que la verdad fluyera regando todos los deltas de quienes quieren navegar en el transparente mar de honestidad, sinceridad y buena fe.
A mí me hubiese encantado que cuando era una preadolescente me hubiesen advertido sobre la eyaculación y su viscoso secreto de la vida. O por último, cuando ya la leche estaba derramada, de que cuando uno amamanta se contrae el útero y uno ve unos burros verdes más chúcaros y viriles que los que vio durante el parto.

Esas cosas se callan, e innecesariamente, pues Wittgenstein concluyo en el Tractatus logico-philosophicus que “de lo que no se puede hablar, se tiene que callar”, pero en este caso sí se puede decir, trasferir, comunicar, pues se trata de experiencias vitales comunes y corrientes, y aun así no se hace.

¿Qué sucede? ¿Se trata de pudor? ¿Se trata de ser un desgraciado que quiere que los demás paguen el noviciado?

Hay temas de imagen pública, de política internacional, de intimidad que no quieren que sean divulgados, pero no por eso se debe jugar con la mentira que ni siquiera alcanza para la creación de mitos, pero quizás sí para formular creencias basadas en la conveniencia de quienes solapan situaciones de poder mediante un discurso trucho.

Uno debería ser lo suficientemente inteligente para darse cuenta del porqué de cada cosa, pero cuando se es bombardeado de informaciones que además son expuestas bajo el prisma de la “ley”, muy pocos pueden extraer la esencia de lo acontecido, y juzgar bajo parámetros que respondan a la naturaleza del ser humano y no a normas basadas en la hipocresía y el salvaguardo del status quo.

Por ejemplo, hoy por hoy Lavín hace el pertinente esfuerzo de acabar con el bullying en los colegios, pero ni el mismo se da el tiempo para explicar esta tendencia cada vez más común en la sociedad: La violencia proviene de modelos institucionales que ejercieron el poder mediante el terrorismo de estado.

La historia se deja de lado, y se ataca nada más que la representación actual de una cadena de hechos desafortunados que enquistaron la ferocidad y los actos de barbarie para con el más débil.

Extraño resulta, que queriendo enmascarar nuestro pasado, reduciendo las horas de enseñanza de todo eso que es nuestro ADN nacional, materia prima de la cual se construye nuestro presente, se espere lograr una toma de conciencia de que la “Comunidad” en este caso educativa, debe forjarse en el respeto y el cariño.

Es evidente que hace falta un sinceramiento. Un develamiento. Una salida del closet. Pero para eso usted y yo debemos a comenzar a decir la verdad, frente a nuestros cercanos, lejanos, pero sobretodo frente al espejo, para comenzar a validar esas ansias de cambio que tanto declaramos que queremos experimentar.