sábado, 6 de agosto de 2011
Puede ser mi gran noche/ finality
Era imposible que fuera mi gran noche porque fue temprano en la mañana. El día anterior Perú hizo un autogol mientras yo bebía mi tercera piscola y rasguñaba algunos trozos de carne de la bandeja que corría como porro jugoso y sangrieto entre manos jornaleras.
Recuerdo que ya fuera de la fábrica, luego de la quinta piscolita en un bar de Providencia, me subí a una pistera. Antes había abrazado a un vago afuera del metro, donado una quina a las cabras del liceo 7 a las cuales les dejé un mensaje de apoyo en el libro de visitas: “Estudiantes sobre todo”, y me había joteado un turco, hasta tenía su teléfono escrito en una servilleta.
Con supuesto garbo monté sobre el esqueleto rodado y viaje por las calles, hasta convertirlas en un corredor de ilusiones y esperanzas que terminaron aterrizando forzosamente con mi cuerpo jurando de guata que podría ser al día siguiente una millonaria inocente, impoluta, sin acusaciones en la inspección del trabajo, ni en impuestos internos.
Al sonar el gong mañanero, mis músculos amoratados relincharon como auto viejo, y mi cara palpitante reflejó en el espejo el espanto. Aprovechándome de la situación, me vestí como oficinista y ya en la sala de estilistas, le pedí a la peluquera que me hiciera un moño para el lado que dejara ver mi semblante. No había que disimular, sino todo lo contrario.
Ahí estábamos con Claudito, enfrascados en el show de la Diana Bolocco, en el que de paso involucramos a mi hermano recién llegado de las Europas del eje del mal, y la Leslie, que sacaba fotos con horrible compulsión.
La mufa estaba por todos lados. Un batallón completo de miliquitos de la escuela de suboficiales, vestidos de gris, callados y con cara de frío.
Lo heroico estaba en la derrota que aguardaba en la basta de mis pantalones de vendedora de seguros. Lo heroico estaba en el sueño ese de “dejar el occidentalismo” en un programa para ganar dinero. Lo heroico era estar ahí y pasar en la primera pregunta, porque no sabía, o no quería saber que Juan Pinto Durán queda en Macul.
Mi compañero de sillas, el caballero que concursó en el '82 en” Soltero sin Compromiso”, con la mala suerte de disputar el triunfo con Amaro Gómez Pablos, merecía ser millonario más que cualquiera, porque tenía el sueño de operar a su esposa, sacarle las lonjas de la vergüenza, para recuperar el tiempo y la belleza que el trabajo y los hijos, el salario justo para un alimentación saturada, les había arrebatado. El bailaba, reía, colaboraba con el programa con el fin de obtener un billetito que recompusiera una vida estropeada.
En cambio, haciendo caso omiso a mi simpatía, a mi chispa demostrada en el casting, fui más yo que nunca. Dije que ya me había hartado de trabajar para vivir y vivir para trabajar, y obviamente Diana puso los puntos sobres las íes “¿Qué acaso tú crees que allá no se trabaja?” A lo cual le conteste que sí, pero que los oficios eran respetados, que no había que endeudarse para estudiar.
Y luego de las musiquitas, los aplausos, los “paso”, las respuestas definitivas incorrectas, los cambios de sillas, el destino me daba una segunda oportunidad, justo en la penúltima pregunta.
¿Cuál era el presidente que gobernó entre 1871 y 1891? Pregunta hostigosa y mal intencionada con cuatro alternativas. Manuel Bulnes, Manuel Montt, José Joaquín Prieto y no me acuerdo el otro tipo. Y así, como de repente le digo que José Joaquín respuesta definitiva, y que por qué me dice, y yo le dijo por la J. Por la JJ.
Pero no, aunque el niño me dijera frente al mundo que creía en mí, no era ese puto presidente. Manuel Montt, era la respuesta correcta, esa estación que todos los días me ve llegar somnolienta y deshidratada, e irme, luego de un día igual al anterior y al siguiente, derrotada, con la vana esperanza de que un día las cosas cambien y sean tan verdes e inocentes como en el trópico asiático.
Nada más la moraleja. Las respuestas están en lo evidente. Los presidentes hacen sufrir hasta después de muertos. La jota siempre me hace zancadillas.
A todo esto, el caballero pudo ganar porque le quedó la última pregunta (la cual me sabía), y hubiese sido bueno. Pero erró.
La vida es una tómbola cargada de números haciéndole bromas a las palabras mientras giran infinitamente.