miércoles, 3 de agosto de 2011
A Oscar Wilde
Condenado a dos años de trabajos forzados tras un famoso juicio en el que fue acusado de "indecencia grave"
Me da miedo llenar esta página. Algo patético se ha apoderado de mí. Al parecer padezco de ese estado mental tan perseguido por los psicólogos del mundo: “el autocontrol”.
Siento que me estoy midiendo.
Siento que me están haciendo efecto las jornadas de trabajo incesante, de dominación y jerarquía.
Siento que algo malo me pasará si digo lo que siento, que alguna confesión, como nunca antes, me podría costar cara.
Nunca pensé que ganarse la vida me podría causar perderla.
Que dignificarme por la tarea bien hecha me haría perder la dignidad…la vanidad de ser una humana que en la mayoría de las ocasiones era auténtica y honesta.
No pensé que podría pasarme a mí. Yo la muy muy. Yo la que he sido parte de la generación Jackas. Yo la madre adolescente, la hija de milico, la poeta, la desnuda. Pero así es. Y me alegro. Porque nuevamente puedo comprobar la mentira social más importante de todos los tiempos.
Si el mundo fue capaz de soportar la II Guerra, y peor aún, el triunfo de los buenos por sobre el “eje del mal”, sugiriendo que el nuevo orden sería el ideal de justicia y democracia, viendo la evidencia hasta nuestros días que el trabajo de la Triple Alianza, no sirvió más que para el impulso de la industria filmográfica Hollywoodense, y la rozagante vitalidad del sistema financiero ¿Como Yo no voy a resignarme ante la mentira que vivo de 9 a 6 ? (con suerte, porque siempre es feo irse a la hora)
El autocontrol se apodera de mí, pero también de pronto, como una inspiración defensora del honor y la gloria, el orgullo me aqueja y me hace mirar derecho al horizonte, el cual al rato me hace sentir culpable, pues “todo el mundo” trabaja de sol a sol, se parte el lomo para tener una vida como Dios manda, haciendo de cada día uno más de la larga lista que vendrá con la estabilidad necesaria para conseguir crédito hipotecario, auto y colegio caro -garantía de que es bueno- y un non-frost cargadito para alimentar el cuerpo del trabajador cansado, pusilánime e infinitamente triste.
¡Padre ayuda a este que madruga, y se misericordioso pues quierome en tu Santo Reino!
¡Como no querer para mí y los míos ese bienestar!
Algunos piensan que la gente es pobre nada más que por flojera. Esa flojera de no bacancarse los dolores para no ser pobre, dolor de dolores, realidad que es el infierno en vida.
Ellos saben después de todo, que con dinero se compran huevos, y horas de psicólogo que trabaje el “autocontrol” y la perfecta filosofía funcional que encarna.
Un súper yo olvidado en la estética del consumo, revive ahora como deber y no como imposición.
La culpa disfrazada de responsabilidad, se ríe a carcajadas en el alma de los normalizadores y patrones del mundo cuando cuentan sus billetes.
Quizás me sobra soberbia y me falta espíritu de superación. Esa que hará decir algún día a mi primogénito que quiere ser Presidente de Chile, pues valores como estos se heredan, y lo se a ciencia cierta.
La ropita de marca, me la compraban con el sudor y la sangre de mis padres funcionarios públicos.
Pero lo que más me sobra en este momento es miedo. Porque el trabajo después de todo es una excusa para no hacer lo suficiente. Y a mí me da miedo tener que hacerlo, en este caso, por la responsabilidad disfrazada de culpa que todos los héroes sienten avergonzados de ser fenómenos, extranjeros de un mundo que ya no los necesita.