Mi hermano está estudiando Derecho en la U de Chile. Por eso se vino de
Talcatraz a la capital donde yo ya estoy hace dos años trabajando
incesantemente sin aún poder moverme de este centro de producción para tomar un
respiro. Gracias a que como buena hermana he intentado ayudarlo en las labores
de estudio, me he adentrado en la concepción del derecho y de la ley. Claro,
muy somera pero significativamente.
La otra noche nos quedamos haciendo el trabajo: Estado y
Castigo, consideraciones sobre la Ley
Hinzpeter , para lo cual tomamos a Kant, Marx, Jakobs más
aportes de Focault, Recabarren y Mayakovski.
Y cabros, lo que me quedó claro como el agua, a pesar del
hardware defectuoso, fue que el Estado es el mito fundacional de la sociedad de
clases, amparado en un marco legal que no es otra cosa que una justicia
estratificada, en tanto sirve para la protección del propietario.
El contrato social que se firma mediante el voto para la
elección de representantes, nada más confirma esta situación que asegura la
administración de la pobreza en la forma de asistencialismo, y la venta y
saqueo de los recursos naturales que son entregados en la más trucha de las
maneras, haciendo eco de un marco legal que solo pueden crear, entender y
aplicar los poderosos, que por lo mismo lo son en un círculo vicioso que deja
afuera a los verdaderos soberanos del territorio.
Las leyes son la cara interna del poder; la cara externa es
la violencia, la cual es empleada en el clamor ciudadano por justicia en las
calles, al ver pisoteados sus “derechos” a causa de las mismas leyes que lo
violan. Por eso mismo el Estado también posee esta cara externa en la forma de
FF. AA. Ahí se entiende el drama de la
UP y por supuesto nuestro propio drama en la represión que se
hace del pueblo que por medio de la protesta pública hace uso de la violencia
como única representación de poder, al no tener un discurso considerado para
generar un marco nuevo de legalidad y justicia esta vez no de clases sino que
social: una nueva y necesaria Constitución.
La ciudadanía sale a la calle a raíz de la insolente
injusticia que roba para su enriquecimiento lo que a todos como nacionales nos
pertenece. El Estado protege a los propietarios, que no son más que ladrones de
esa soberanía. No es extraño entonces que los mismos políticos sean quienes han
ocupado como plataforma al Estado para hacerse ricos y robar lo que no le
pertenece sino a la naturaleza y por consiguiente a los naturales que ahí
viven.
La ley Hinzpeter plantea el miedo que tienen los poderosos
de soltar la teta. Les da terror tener que comenzar a cambiar esta
administración de la pobreza por la redistribución de las riquezas. Temen el
poder del pueblo en las calles como consigna de agotamiento de la estructura y
por consiguiente lo reprimen duramente, pues ellos hablan de paz social
justamente cuando van ganando la guerra.
Pero no parece muy lógico que se requiera de pobres en una
sociedad, diría alguien muy bienintencionado. Pues bien, mantener a los ciudadanos
en esta posición de desmedro, sin contar con lo que en justicia les toca, los
obliga a permanecer en el rol de trabajadores asalariados que abultan aún más
sus negocios hechos con nuestras materias primas.
Sí, es para llorar y sino, para colocar las estúpidas bombas
en los más estúpidos bancos, en señal de que sino podemos realizar una constituyente,
por lo menos podemos rebelarlos y tomar para nosotros ese poquito de poder que
se revela en esa estridente detonación. No cambiará nada, a lo más nos mantendrá
excluidos, confinados en una sucia e indigna cárcel, pues ellos no intentarán
siquiera reinsertarnos, pues a ellos les conviene silenciar a este enemigo
“interno” y vengarse por medio de la ley, de su insolente afán de recuperar lo
que ladrones de cuello y corbata le han robado al pueblo.