sábado, 11 de agosto de 2012

La venganza de la ley o la justicia de clase


Mi hermano está estudiando Derecho en la U de Chile. Por eso se vino de Talcatraz a la capital donde yo ya estoy hace dos años trabajando incesantemente sin aún poder moverme de este centro de producción para tomar un respiro. Gracias a que como buena hermana he intentado ayudarlo en las labores de estudio, me he adentrado en la concepción del derecho y de la ley. Claro, muy somera pero significativamente.

La otra noche nos quedamos haciendo el trabajo: Estado y Castigo, consideraciones sobre la Ley Hinzpeter, para lo cual tomamos a Kant, Marx, Jakobs más aportes de Focault, Recabarren y Mayakovski.

Y cabros, lo que me quedó claro como el agua, a pesar del hardware defectuoso, fue que el Estado es el mito fundacional de la sociedad de clases, amparado en un marco legal que no es otra cosa que una justicia estratificada, en tanto sirve para la protección del propietario.

El contrato social que se firma mediante el voto para la elección de representantes, nada más confirma esta situación que asegura la administración de la pobreza en la forma de asistencialismo, y la venta y saqueo de los recursos naturales que son entregados en la más trucha de las maneras, haciendo eco de un marco legal que solo pueden crear, entender y aplicar los poderosos, que por lo mismo lo son en un círculo vicioso que deja afuera a los verdaderos soberanos del territorio.

Las leyes son la cara interna del poder; la cara externa es la violencia, la cual es empleada en el clamor ciudadano por justicia en las calles, al ver pisoteados sus “derechos” a causa de las mismas leyes que lo violan. Por eso mismo el Estado también posee esta cara externa en la forma de FF. AA. Ahí se entiende el drama de la UP y por supuesto nuestro propio drama en la represión que se hace del pueblo que por medio de la protesta pública hace uso de la violencia como única representación de poder, al no tener un discurso considerado para generar un marco nuevo de legalidad y justicia esta vez no de clases sino que social: una nueva y necesaria Constitución.

La ciudadanía sale a la calle a raíz de la insolente injusticia que roba para su enriquecimiento lo que a todos como nacionales nos pertenece. El Estado protege a los propietarios, que no son más que ladrones de esa soberanía. No es extraño entonces que los mismos políticos sean quienes han ocupado como plataforma al Estado para hacerse ricos y robar lo que no le pertenece sino a la naturaleza y por consiguiente a los naturales que ahí viven.

La ley Hinzpeter plantea el miedo que tienen los poderosos de soltar la teta. Les da terror tener que comenzar a cambiar esta administración de la pobreza por la redistribución de las riquezas. Temen el poder del pueblo en las calles como consigna de agotamiento de la estructura y por consiguiente lo reprimen duramente, pues ellos hablan de paz social justamente cuando van ganando la guerra.

Pero no parece muy lógico que se requiera de pobres en una sociedad, diría alguien muy bienintencionado. Pues bien, mantener a los ciudadanos en esta posición de desmedro, sin contar con lo que en justicia les toca, los obliga a permanecer en el rol de trabajadores asalariados que abultan aún más sus negocios hechos con nuestras materias primas.

Sí, es para llorar y sino, para colocar las estúpidas bombas en los más estúpidos bancos, en señal de que sino podemos realizar una constituyente, por lo menos podemos rebelarlos y tomar para nosotros ese poquito de poder que se revela en esa estridente detonación. No cambiará nada, a lo más nos mantendrá excluidos, confinados en una sucia e indigna cárcel, pues ellos no intentarán siquiera reinsertarnos, pues a ellos les conviene silenciar a este enemigo “interno” y vengarse por medio de la ley, de su insolente afán de recuperar lo que ladrones de cuello y corbata le han robado al pueblo.