viernes, 24 de septiembre de 2010

Aún tenemos patria, ciudadanos





No podemos ser mal agradecidos, menos ingratos con el terruño, mal que mal esta porción de tierra nos vio nacer en hospitales donde las peruanas paren en los baños y los matasanos cambian las guaguas. Igual no más, estamos vivitos y coleando, y como los 33, estamos todos bien, contentos y dispuestos a celebrar este bicentenario como si fuera algo excepcional, intransferible, como si a ningún otro país de Latinoamérica le estuviera pasando.

Eso no sé si será por ignorancia, o por el agueonamiento tan propio en nuestro adn nacional. Pero harta gente parece que creyera que esto que vive Chile, es parte de algún mérito propio. En todo caso da lo mismo. Siempre hemos tenido voluntad para celebrar en estas fechas, aunque personalmente no tengo que esperar septiembre para endieciocharme.

Es cierto que algo hemos cambiado en doscientos años. Ya casi no quedan rajaos como Jorge del Carmen Valenzuela (el chacal de Nahuel Toro), que fue arrestado en una ramada, por asesinar a su conviviente y a sus 5 hijos. Ese estilo criollocriminal, fue trocado por asociaciones ilícitas, oxicorte y psicópatas con los cuales se hace literatura.

Hoy además, tenemos un país pluralista y libertario, que acepta la diversidad, e incluso las patologías ideológicas. Gracias a esta apertura, las neurosis se quedan en eso. ¿Se imaginan a un Fernando Villegas sin una tribuna para despotricar su fascismo una vez a la semana? ¿O a Tere Marinovic sin un blog o una plataforma como El Mostrador, para dar su opinión? Un Adolf Hitler, una esposa de Macbeth, podría ser acuñada por estos lares.

Ahí se nota que los 200 años de algo nos han servido, que somos tolerantes, que por muy ebrios que nos encontremos, resentidos por la dictadura, endeudados por los creditazos del Bancoestado, enfermos sin cobertura de Isapres, no agarramos la guadaña y nos acriminamos en contra de nuestras familias, o de estos personajes públicos, que gracias a la tele, son más cercanos que la propia madre, y a lo más mandamos un posteo hipermoderno rezando “CTM”.

Estamos en el concierto internacional, en la OCDE, somos unos de los mayores exportadores de cobre, y a nuestro haber hay dos premios Nobel de literatura, y en la actualidad, una escritora Best Seller mundialmente conocida. ¿Quién lo podría pensar de esta Republiqueta a kilómetros de los centros económicos, cercada por una cordillera prácticamente infranqueable, acá, donde el diablo perdió el poncho?

Una patria lejana a esa mediocridad roticuaca y bárbara del Chacal de Nahuel Toro, un viejo curao y femicida, cuando el neologismo ni siquiera tenía la intención de existir, en los 60, antes de la revolución socialista y la contrarrevolución capitalista, que nos diera estas alamedas renovadas por donde transita el hombre librecambista.

Somos parte de una República, de un Estado nación moderno, que vitorea a sus “gladiadores” cuando visten la roja de todos, que baila su cueca loca, que eleva su volantín chupete, y que se come su empañá de pino con su vaso de vino durante septiembre, aunque el resto del año baile reguetón, juegue chumbeque, y se coma doblao el completo con medio litro de shop.

Las cosas han ido lento, pero seguro, y a pesar de que nuestro erario público sea mucho más ratón que las utilidades de Cencosud, y que a los “agoreros del pesimismo” en vez de gritar viva Chile, les de por el Marichiweu, “¡Aún tenemos patria, Ciudadanos!”.

Esta patria, claro, esta que apenitas nos gusta. Una que más parece una colonia de trasnacionales, un experimento de la sociedad del espectáculo. Pero no es el momento para aguar la fiesta, porque entre ponerle y no ponerle, siempre es mejor ponerle.