jueves, 15 de septiembre de 2011

Hacer bien la pega




Hacer bien la pega, no nada más que en la medida de lo posible, es la frase en la que reparo luego de otra saga más en la eterna tragedia nacional. Las FF.AA, que marketean con un supuesto profesionalismo sus campañas para adscribir jóvenes a sus filas, y que se agencia el 10% de las utilidades del cobre, deja bastante claro con sus cagazos que ya suman varios: Antuco, SHOA, y recientemente el accidente aéreo de Juan Fernández, que su instrucción y su implementación son más que deficientes.

Hasta ahora vemos que hicieron bien la pega las mujeres del Consejo de la Cultura que por cometido funcionario debieron incluirse en la tripulación. Pero lo peor es que Galia Díaz fue despedida del Consejo y fue trasladada a una oficina regional por estar embarazada, acudió a la Contraloría para ser reincorporada, y no obtuvo respuesta hasta el momento en el que viajó a 674 kms de distancia del continente, incumpliendo lo señalado en el artículo 206 del Código del Trabajo, aplicable a todas las funcionarias públicas que tienen hijos recién nacidos, y que señala expresamente su carácter irrenunciable. Además, ¿Tenían que enviarlas en un avión de la Fuerza Aérea? ¿Porqué no compró pasajes en la línea comercias que hace vuelos dos veces por semana? Y el perla de Cruz Coke, en su mejor papel protagónico, pone cara de compungido y recauda un 72% de aprobación en las encuestas.

Tenemos a Cubillos, un filántropo que estaba contribuyendo a la reconstrucción de Juan Fernández. Él estaba llevando a cabo la pega que no hizo ni hace el gobierno en las diversas localidades que aún se encuentran asoladas por el impacto del 8.8. Por la buena voluntad que tuvo el empresario, esta conducta fue y es celebrada, pero deja en evidencia un vacío en las tareas que el propio Estado debería tomar como suyas.

Y el más emblemático de todos. El malogrado, que por su exposición pública diaria durante más de dos décadas, ha causado un dolor profundo en bajo Chile, ese cesante, enfermo, sin aspiraciones intelectuales, solo, y por lo tanto necesitado de compañía, que lo llora incesantemente. Felipe, hizo bien la pega mirado de esta forma.

Convenció a su público, quien aún, después de muerto le demuestra gratitud y lealtad.
Porque el trabajo del comunicador es justamente este. Generar lazos de afecto por medio de la tele, algo impensado para quienes reconocemos en ella, un aparato frívolo que genera mediocridad y mentiras.

Decirlo ahora parece a lo menos indolente, pero no puedo dejarlo pasar. Porque Felipe hizo bien la pega, pero bajo los conceptos del espectáculo, porque si hubiese sido genuinamente bajo los propios y que movían a este hombre, hubiese sido referente, incidente en las decisiones tales como la elección de un presidente, o la desaprobación de las termoeléctricas, e incluso ahora, en este momento, y por su memoria, haría tomar conciencia a esa multitud de chusma inconsiente, del valor del movimiento estudiantil.

Porque lamentablemente sí sabemos para quien trabajamos, Felipe les hizo bien la pega, pero la suya, esa carrera que en lo intimo le movía a participar, aunque fuera superficialmente, en asuntos de relevancia y profundidad, fue absorbida por la cotidiana chimuchina, esa que ahora lo plantea como un santo y eclipsa los problemas y su debate en la hora crucial.

Las señoras lo veían como un hijo, lo querían como tal, siendo que a los propios muchas veces los han perdido de vista, ya que esta está fijada en la caja idiota. Las señoras que hoy lloran y se movilizan, se paran de la silla donde vegetan largas horas, muchas veces no entienden las marchas y movilizaciones sociales, por sus propios hijos y por ellas mismas.

El halcón, un personaje de televisión, es entendido como un ser real, porque hizo de forma excelente su trabajo. Y eso no hay que perderlo de vista. Como tampoco que este gobierno se ha amparado en la tragedia humana, esa natural que se vive y se muere, para adoctrinar mediante el shock, la pasividad y la desmovilización de la masa crítica.

Aunque parezca terrible que meta el dedo en la llaga del pueblo, no estoy buscando el bien o el mal, porque siempre he buscado lo mismo. Debelar la trampa, y el dolor, es a todas luces, la peor de ellas.

Con esto no digo que no se sufra, sino que se entienda una sociedad sostenida por la falacia de la televisión, un país que se acompaña y hace familia a través del espectáculo, y peor aún, una moral cristiana llena de contradicciones, que no se separa de la materialidad del personaje y que atribuye a un dios las responsabilidades que deberían asumir los que pregonan hacer bien la pega, pero que son negligentes y descarados.