jueves, 1 de septiembre de 2011

La guerra social



El Zorro, el Hombre Araña, Linterna Verde, Batman, Hong Kong Fui, y la mayoría de los superhéroes, claro, menos el mamón extraterrestre proveniente de Kriptón con complejo de súper humano, Superman, cubren su rostro como lo hace un inútilsubversivoviolentistaantisocial.

Las razones de resguardar la identidad pueden deberse a la necesidad de conseguir una dicotomía en la personalidad, para así disfrutar tanto del arrojo como de la timidez. Esto, sin embargo, parecemos vivirlo de todos modos, aunque no seamos superhéroes, gracias a la estructura aristotélica de el afuera y el adentro.

Desde potrillos nos enseñan que para que el Viejito Pascuero se acuerde de nosotros, debemos portarnos bien en la casa y también en el jardín. Esto se olvida con el descubrimiento de esta mentira blanca y comercial, y la violencia indoor puede llegar a ser pan de cada día, mientras muchas veces con el jefe somos unos vasallos chupa medias.

Y esto, a cara descubierta.

Todos nos vemos sometidos a la hipocresía social que hace que en la “plaza” nos comportemos distinto de cómo lo hacemos con la familia. Porque justamente en extramuros es donde mejor nos debemos comportar. Debemos utilizar una máscara sin elásticos para asumir roles sociales que el sistema económico y cultural a creado para que nosotros vivamos según arquetipos perfectos en su intrascendencia y mediocridad.

Es ahí, en la rebeldía de esa condición, que surgen las ganas de ser otro. De calzarse un antifaz, un pañuelo o un cambucho, negándonos por vergüenza y dignidad, a ese papel de reparto en una comparsa inconsciente y abúlica, lenta y por lo mismo reaccionaria, idiota en su sordera conseguida en el cotidiano rumor del tráfico indolente, o el grito de la misma mujer en cada estación del metro amenazando con el cierre de puertas.

El rostro humano, sometido a canones y estereotipos de la moda, quiere borrarse a la manera de runa vacía, preñada de significados que se inventan con la acción. Supeditados a la imagen, los medios reflejan lo evidente. La belleza, la fealdad, la vejez, la lozanía. Es cuando la farsa desatada es capaz de hablar del “rostro endemoniado” de Camila, o el bigote stalinista de Gajardo.

La acción directa es la forma de recrear un nuevo rostro social, ese que no le importa la apariencia de una sociedad Palumbo, con su pobreza vestida a la moda en Patronato y el mall chino.

Indignados, pero de verdad, no solo para componer la mueca del ceño fruncido o la arriscá de nariz. Indignados como para que el cuerpo obre de rostro, de mirada vitalista y destructora de un sistema ataviado de las postizas pestañas del desarrollo económico, el botox del sueño de la casa propia y de la educación superior, la rinoplastia de la movilidad social y la superación de la pobreza.

Quieren como queremos, borrar el horror travestido de sofisticación, el Michael Jackson obligado por el mercado a destruir su naturaleza para el agrado de un consumidor insaciable y mezquino.

La intención es volver a la batalla pura, a la verdad escondida tras tanta base de maquillaje, para lograr lo primero y más importante: la libertad, el respeto, la desaparición de la usura.

Porque la lucha de clases existe y seguirá existiendo, ya no será más sublimada con la cobardía del gana pan. La guerra social ha llegado para quedarse.