Nos dicen que Chile es un país serio, republicano, donde las
instituciones funcionan. Una nación ejemplar. Mal que mal somos la primera
nación con la primera revolución por la vía democrática y la primera con la salida
de una dictadura por medio de un plebiscito…
Nos enseñan un país de nombre tan singular como su simpática
existencia, con una historia que atendiendo a esta característica, cuenta
relatos de la “vida social i cultural” además de espeluznantes revelaciones de
mujeres perversas como la
Quintala , sin embargo, muy pocas veces se hace de valor para
adentrarse en la experiencia de héroes como Balmaceda, Recabarren, Violeta
Parra, De Rokha, Allende…o para narrar la vida de sujetos populares sin caer en
la crónica roja.
Chile, a pesar de ciertas bondades que aparecen en los
discursos de los próceres desvencijados para fechas conmemorativas, es un país que no digamos olvida, pues no se
acordaría de cómo generar sus trampas, sino que se hace el tonto de puro pillo.
Eso nos lleva a pensar que Chile sí tiene identidad, una que
tiene que ver con una personalidad, pero no con un espíritu. Psicoanalizar
Chile es psicoanalizar el fraccionamiento de quien no reconoce su esencia y se
diluye en la frivolidad y miseria de lo utilitario en el sentido de permanecer en un
cuerpo que ya está muerto gracias a las turbias artes del engaño a la propia
vida.
Los discursos de poder se han parapetado en la mentira, han
silenciado los verdaderos discursos manados desde el pueblo con fines de solapamiento.
Han arrebatado la patria como tal, entregando un sucedáneo que con su exceso de
artificio genera el más hondo rechazo.
Recientemente Giorgio Jackson se encargó de develar que la Fundación Jaime
Guzmán hace cursos de comunicación basándose en las técnicas goebbelianas de
propaganda nazi a las Juventudes Udi, que recalcan que la política es un arte
donde el engaño y la mentira llevan la delantera.
La retórica como medio de seducción de masas tecnificada en
el marketing, explica la tendencia que no solo responde a esta facción. Este
afán por mostrar a Chile como un país que basa sus raíces en mitología
criollista en donde el arribismo y el amaneramiento son activos para los cada
día más emprendedores ciudadanos, ha dado excelentes resultados.
El “orgullo
patriótico” viene y se queda en las entrañas por medio de triunfos deportivos
pasajeros, concursos de belleza, o juerga y desvarío en una catarsis
dieciochera ideal para resetear los debilitados cerebros que a la vuelta a la
realidad estarán llanos al voto voluntario, que gracias a la inscripción
automática amplió el electorado sin cambiar un ápice el sistema binominal.
El fin a las listas de espera, la reducción del 7%, los
tribunales medio ambientales, la reforma tributaria, el post natal, y anteriormente
el nuevo y maravilloso Transantiago, el reforzamiento de la educación
preescolar, el plan auge y todas esas promesas que partieron en una campaña en
donde no hubo nada más alegre que la promesa de que la alegría ya venía son
parte de ese marketing, de esa propaganda en donde se gastan cientos de miles
de millones para solapar la decadencia y a su vez dejar fuera lo mejor de
nosotros. El alma joven silenciada, la autenticidad, esa que no tiene filiación
partidista y menos fronteras, esa que depende del alerta creativa, de la unión
intersubjetiva de quienes nos conocemos sin vernos y sin siquiera tenernos
cerca.
El Estado Nación es un cuerpo muerto ocupado por vampíricos
barones que lo utilizan como plataforma para conseguir corromper la sangre
fresca. Está de baja y la mayoría de los niños lo sabe, sabe que se nacen sin
patria cuando ya no se es soberano de un territorio y solo cliente con deberes
de pago y conducta. Por eso no les interesa la educación formal y necesitan de
un cambio cultural profundo que se encargue de la memoria del pueblo, de su
propia y palpitante construcción que acabe por fin con el publicitario afán de
vender Chile y el concepto de país como una prerrogativa de existencia humana,
cuando sabemos que justamente ahí no está la vida, justamente porque en su
nombre se la niega descaradamente.