No quiero ser aguafiestas queridos, pero soy de
las señoras que se acidifica aún más con la empanada de pino. No entiendo ese
desvarío etílico, que nos hace vomitar la vida. Me parece estupendo que podamos
carnavalizar esta larga y angosta faja de tierra, pero mejor sería cannabizarla,
más aún si consideramos que lo que se promueve en nuestra sociedad para activar
la hormona dicharachera sea el nocivo alcohol.
Porque, seamos sinceros, por mucha agua que tomemos, mucha
ensalada que comamos y por muy conscientes que seamos de no mezclar los
destilados con los fermentados, la caída al litro siempre trae cola.
Sí, no se trata de las sales de baño y sí, mejor que el
vino, la mismísima sangre de Cristo, no hay nada. Es un antioxidante, un vaso
dilatador, un “bálsamo social”. Pero embriagarse ya no me resulta atractivo,
menos para celebrar la patria.
No mis queridos y queridas fumarolitas. Al igual que ustedes
siento que hay cosas mejores que la sensación de que se te haya hecho tiras el oído
medio, bamboleándote de lado a lado, con un estólido convencimiento de que eres
feliz con este país, siendo que tú pobrecito mortal, como yo, todos los días te
preguntas cuál es el beneficio de ser chileno. ¿El tiqui tiqui ti? Quizás el
éxodo campo-ciudad sucedió hace tanto tiempo que esta alegoría que renace en el
primaveral mes de septiembre se me hace ajena.
No es por ser malagradecida, pero inclusive si indagamos en las
condiciones de trabajo de quienes trabajan en las viñas, o en la huella de carbono
que tiene el copete importado, nos comenzarían a dar arcadas sin haber probado
un sorbo.
La idea no es que vuelvan los tiempos de Al Capone, pero sin
duda pienso que el alcohol es la más charcha de las drogas. Se me hace la idea
que la talentosa Amy, a pesar de su coketa (ketamina-cocaina) estaría vivita y
coleando de no ser por su alta dosis de destilado.
No, si no quise satanizar el brebaje espirituoso, aunque sí,
los viejos chichas y los machos cabríos femicidas, tienen una relación bastante
estrecha con él. Pero discúlpenme, es difícil eso de las medias tintas, o las
medias botellas, porque si hay que tomar tomamos y no paramos, porque eso de que se calienta el hociquillo
no es un mito.
Todo calza estimado polluelo. Para tener orgullo patrio en
las condiciones en que ha sido desarrollada la República, simplemente hay que
estar borracho. Quizás por eso se promueve con tanto ahínco la celebración y
catarsis dieciochera, aunque todos bien sabemos que tanto entusiasmo, tanto
cariño y aceptación curao, no vale.