martes, 16 de septiembre de 2008

Mi primera vez

Más allá de la Dictadura


El cine chileno de los últimos 20 años se ha dedicado a reproducir los estereotipos televisivos, siendo en la práctica, una extensión, una rama, un apéndice, si es que no es exactamente lo mismo que esa industria cultural distante y distinta al séptimo arte. La pulcritud estética y su profundidad conceptual pesan menos que un paquete de cabritas, y el telefilm, que tantos beneficios le han dado al parlamentario Marco Enríquez-Ominami, es en resumidas cuentas, un esperpento que aspira gratuitamente a ser llamado cine. El cine chileno, es para mí, ese de arriendo más barato que el de otras latitudes, con argumentos basados en infinitas idioteces cotidianas, que no tienen mayor pretensión que la de divertir con una facilidad transversalizada por una moral purgante que, al final, como buena parábola, o cual chiste de Condorito, deja una lección. Las películas chilenas me sabían a un cuento provinciano, siempre sobre un sujeto sorprendido por una vida que nunca le pertenece, tan Punga como los cuentos escritos por la pluma de un Gonzalo León. Historias llenas de vergüenza y culpa. Historietas más que historias, un anecdotario que hace llorar con llanto, que hace reír con risa, que calienta con cacha. Explícita y por lo tanto fácil, rápida y por lo tanto, precocida, premolida, premunida de un aparataje más propio de una función de títeres que de una puesta en escena. Eso quizás por que la identificación nos ha valido la muerte del sujeto en su dimensión más allá de la nacionalidad y su trauma histórico más reciente.

¿Cómo ser chileno y no morir en el intento? Tony Manero, la película dirigida por Pablo Larraín y protagonizada por Alfredo Castro, da cátedra y tiene carácter fundacional de una nueva etapa en el cine nacional. Me atrevería a decir que a través de la descripción del personaje, nos inicia a entender la cura, esa que según los griegos no era otra cosa que la atenta mirada, la vigilia sin tregua, para una sociedad enferma.
Solo a partir de la patología puede existir la cura. Advirtiendo sin pudor las anomalías individuales, la película desarrolla un peso conceptual esclarecedor de un punto determinante para comprender nuestro ser en el mundo.
Apelando a una situación universal: la locura, se excomulga de los clichés clásicos y se cimenta en un referente situado en el centro mismo del tango "Yira-yira". Al hacerlo se emparenta con Seul contre tous de Gaspar Noé, y otorga ese rasgo distintivo de macho latinoamericano, dolido, carente, demandante de un otro que quiere ser el mismo, al cual no renuncia, obsesivamente, convirtiendo su karma en patología, en un asunto de vida o muerte. El objeto del deseo no funciona bien en su dimensión imaginaria, y en la real, el aspecto simbólico esta desconectado, sin puentes posibles por medio del lenguaje. Esta incapacidad psicótica se conjuga con una realidad que le acoge con facilidad, que le permite desatarse a su deseo, sin mayor inconveniente; un loco con locos, suelto en un patio de prisión. El protagonista inventa un personaje para sí mismo, se dedica a “eso” que él llama “espectáculo”, convirtiéndose en amante de un objeto que le sirve de explicación para dejarse ir. Lo consume, se consume, lo adquiere, se fusiona, se pierde, va más allá...más allá de la Dictadura, más allá de su presente y su pasado.

Chile no es el único país del mundo que sufrió de un estado terrorista. Sus personajes pueden ser latinoamericanos o escandinavos, pueden vivir en Chile o en Croacia. Están
situados en una repetición que nunca es igual pero es siempre la misma, en la nada.


La universalidad del personaje, que habla desde Latinoamérica, desde un Chile asolado por la dictadura, pero que no desde "dentro", sino "entre" esos localismos, permite que el espectador se distancie de su coyuntura, de su historicidad, busque asociaciones nuevas, inventando y creando sensaciones y evocaciones diferentes a las formuladas como postal de horror por la industria cultural: La Moneda en llamas, los carteles de detenidos desaparecidos, la junta militar. Sin embargo, Tony Manero ES la película de la Dictadura, porque su final abre la posibilidad de un Tony Manero en la dictadura de Hu Jintao, Pervez Musharraf, Anastasio Somoza o de Rafael Trujillo. Tony Manero, además, tiene una carga en el inconciente poderosa. El sexo es tratado con una crudeza similar a la expuesta por Fassbinder. Una soledad que desde su valentía y arrojo se precipita y cae en la desolación al tener que vérselas con el objeto de deseo,que no es un cuerpo,sino una fantasía,un "algo" que jamás podrá ser sitiado,que nunca estará dentro de los márgenes de la cordura. Su profundidad estética y conceptual se puede verificar en la escena en que el Manero chileno reproduce el texto de John Travolta en Fiebre de Sábado, y el personaje encarnado por la actriz, Amparo Noguera, se siente orgullosa de que éste “sepa hablar" en inglés. Lecturas oscuras y sórdidas en esta estación, retrotraen al intervencionismo de la CIA y su corolario en el asalto del neoliberalismo.

Uno se pregunta que pasaría si Manero hubiese sido el comunista, o el dueño de la pensión donde residía, o quizás, un agente de la DINA ¿El país sería el mismo? La respuesta es sí. Tony Manero es un brindis por la inevitabilidad. La congoja se hace presente sin la necesidad de sensiblerías fútiles, nada más el peso de la noche con todos sus gatos negros.

Única cosa, la calificación cinematográfica debiera ser de mayores de 18. Es una película dura y de esas que dejan "huellas”.


1 comentario:

Anónimo dijo...

quizás..