viernes, 30 de marzo de 2012

Sembrando la Cizarra



Somos demasiadas cosas en la memoria y el presente se agolpa en un umbral demasiado estrecho. Todos caemos hacia adelante como una piedra de cuatro kilos en el pecho de una periodista.

Inimputables, todos somos inocentes, interdictos, canallas simples y corrientes, como un piño de cabros flaites que no tienen más que el prejuicio como moral. Una moda; la tribu urbana del ridículo tatuaje aborigen posmoderno y en la esvástica, el dolor de ser sudacas mal educados por un estado-nación callampa, con el cóndor y el huemul enfermos de muerte.

Entonces, se es mejor por cosas básicas, accesibles, como asumir el rol de niñito hombre que no le gusta prestar el cuerpo, como las niñitas de Chile que sí deben hacerlo para el abultamiento de la raza, como postula la Ena.
Son las leyes de la vida. Los nenes con los nenes y las nenas con las nenas, mientras pelan papas.

El chulerío como carne de cañón aguanta, aguanta, aguanta incluso que el Colo, el eterno campeón, se convierta definitivamente en una rata embardunada con la caca de una alcantarilla llamada sociedad anónima.

Está la cagada y no es culpa de los temporeros que crían a su hijo en la medida de lo posible. Porque todo es en la medida de lo posible, y lo más posible es que un tremendo huracán de imbecilidades continúe arrasando nuestra maldad en el alma, y la convierta en maldad en el cuerpo, en una ira loca, en una furia bizarra, en una cosa que no es de uno sino del mal viaje que se pega en la mollera una vez que ha sido sometido al “milagro de la vida”.

Eres chileno, y no te queda otra. Has nacido en la provincia señalada que hace un rato es un pescado con hombros, un huevo frito en moto. Chile no existe, y los que acá estamos, intentamos mantener la realidad a punta de violencia.

Violencia que recrea estado, violencia que recrea resistencia. Somos frágiles, tan frágiles en nuestra total demencia, en nuestra pataleta feroz, en nuestra resignación igualmente apremiante. Estamos así, para el fregado y el planchado, para la criminalización y la victimización.

Y los monos con navajas de multiplican para señorear la pobla, el patio de la casa, la esquina de la plaza, la pasarela, y así en la oscuridad del abandono, hacer la maldad como a de lugar, en un pensamiento vacío y triste, desesperado.

Y cuando una exige legalizar el control de plagas, restablecer el artículo 119 para parar el escándalo de que unos asesinos en 1989 lo hayan derogado para perpetuar la pobreza, ese pilar donde se sostienen los poderes fácticos y su “obra”, nos hablan de “respeto”, de “humanidad” de “vida”.

Más “Techos para Chile” y una Teletón anual que se conmisere de lejitos y por depósito bancario de la simiente vertida en descampado con fulminantes pesticidas. De los rotitos mutantes, del bastardaje que chistosísimamente se cree puro en su inopia, en su inexistencia, y que como flor del mal, expulsa su veneno sobre la debilidad de Zamudio, aún más inexistente en su minoría menor.

El poder transita y se agolpa en un umbral demasiado estrecho, el poder se obstruye a sí mismo y reverbera hasta salir expulsado hacia adelante, como esa piedra de 4 kilos, lanzada por un niño de 11 años en Rengo.