Nos queda claro que nadie en el mundo puede celebrar un 11
de septiembre (bueno, en rigor los Colombianos sí lo hicieron), pero es un día
maldito que gracias al endieciochamiento se
nos olvida en un apagón de tele auspiciado por la gloriosa patria. Pero
septiembre es más que ese mes en donde el nacionalismo –que curao no vale- se
hace presente.
Es un mes donde comienza a nacer la flor, a brillar más el
sol. Comienza la esperanza de esa semilla que en abril dará sus gloriosos
frutos. Vamos por el tiempo robado, a devolverlo a su primavera, a esa que le
pertenece un todo cosmológico. De donde nace la era.
Sí, suena lindo, y como escupimos en la cara a la belleza
sin siquiera sentarla sobre las piernas, no nos damos cuenta. Miren cabros no
solo para los lados buscando a otros. Diren en 360° y entiéndanse un ser en el
mundo.
La cordillera es un sentimiento vertical. La chilenidad
tiene una posición de columna sin cuerpo, en donde la perspectiva del todo se
aprisiona y es como dormir en el larguero de la cama. Y con frío. La cordillera
es hermosa, pero es una montaña a la cual no accedimos. ¿Comprenden? Estamos incómodos por lo mismo.
La primavera, justamente con el endiociochamiento, contribuye a soltarnos, pero
en sentido de permiso, pero no de liberación.
No somos capaces de sacar la jaula.
Algunos si lo comprenden. Quienes han perdido el miedo al
ridículo y se han posicionado en igualdad a los otros, o sea con un ser asumido
en el mundo y siendo mismo todo el tiempo, con posibilidad de equivocarse,
tienen permanentes problemas. Son florescientes, pero no logran su maduración y
su fruto. Ellos (nosotros) tenemos una oportunidad, nos entuciasmamos, pero el
aguafiestismo siempre gana con su impronta invernal.
Allende o Violeta, tienen esa condición de entes vivos que
nacen, florecen y dan frutos antes de morir, pero no mueren naturalmente. No me
refiero al autoexterminio, sino la negación de quienes se sienten otros a su
primavera. Lo incrustan en un marmoleo vegetalismo de rama vertical que en su
estancamiento muere buscando agua.
No es que la gente sea mala en Chile, pero es aturdida. Le
gusta el sufrimiento y lo feo. Se enternece, le gusta, le sirve. Ese drama
poblacional victima de todo menos de sí mismo, porque ni él mismo lo conoce.
Conectarse con la visión del horizonte es crucial. El
paisaje, es cierto, manda más que el lenguaje. Pero simplemente viajemos!
Hagamos primavera en una temporada de bicicletas y piernas largas. Nada está
perdido cuando logra encontrarse.
A veces hay que retroceder y más que eso moverse, circular,
empoderarse y descender a la tierra y mirarla como el planeta que es, y desde
ahí entender la maravilla.
Súper terrible lo del paco que da la sensación de que ya
somos gringos y lo hemos logrado. Que estamos de verdad cagados y nos vamos a
fulminar en cualquier momento, gracias a dios, porque no seríamos capaces de
hacerlo por nosotros mismos, porque ese mismo ha sido trucado por un weón feo y
cobarde llamado miedo.
Más allá de la tragedia de la pasta base metida con su qué
en las poblaciones por sapos de la Dictadura, de la sociedad estratificada
demoniaca y absurda que tenemos, de la verticalidad de la cordillera y de
dormir en el larguero ideológico, incómodos por hacernos el leso con la verdad,
hay un mundo afuera.
La oficina mata más que el cigarro, estoy segura. Vive, no
como ¡Viven!, ese documental de zombies andinos, como todo zombie antropófagos.
Vive como quien dice autocanibalizándote. Aprovechándote de tu primavera y vive
comiendo de tus propios frutos (y por favor! No se malentienda! No me refiero a
un sueldo y a eso de “yo me gano los porotos”, sino a algo intrínseco. Gracias
por considerar la aclaración). Fin.