lunes, 22 de octubre de 2012

Temporada de bicicletas y piernas largas




Nos queda claro que nadie en el mundo puede celebrar un 11 de septiembre (bueno, en rigor los Colombianos sí lo hicieron), pero es un día maldito que gracias al endieciochamiento se  nos olvida en un apagón de tele auspiciado por la gloriosa patria. Pero septiembre es más que ese mes en donde el nacionalismo –que curao no vale- se hace presente.

Es un mes donde comienza a nacer la flor, a brillar más el sol. Comienza la esperanza de esa semilla que en abril dará sus gloriosos frutos. Vamos por el tiempo robado, a devolverlo a su primavera, a esa que le pertenece un todo cosmológico. De donde nace la era.

Sí, suena lindo, y como escupimos en la cara a la belleza sin siquiera sentarla sobre las piernas, no nos damos cuenta. Miren cabros no solo para los lados buscando a otros. Diren en 360° y entiéndanse un ser en el mundo.

La cordillera es un sentimiento vertical. La chilenidad tiene una posición de columna sin cuerpo, en donde la perspectiva del todo se aprisiona y es como dormir en el larguero de la cama. Y con frío. La cordillera es hermosa, pero es una montaña a la cual no accedimos.  ¿Comprenden? Estamos incómodos por lo mismo. La primavera, justamente con el endiociochamiento, contribuye a soltarnos, pero en sentido de permiso, pero no de liberación.

No somos capaces de sacar la jaula.

Algunos si lo comprenden. Quienes han perdido el miedo al ridículo y se han posicionado en igualdad a los otros, o sea con un ser asumido en el mundo y siendo mismo todo el tiempo, con posibilidad de equivocarse, tienen permanentes problemas. Son florescientes, pero no logran su maduración y su fruto. Ellos (nosotros) tenemos una oportunidad, nos entuciasmamos, pero el aguafiestismo siempre gana con su impronta invernal.

Allende o Violeta, tienen esa condición de entes vivos que nacen, florecen y dan frutos antes de morir, pero no mueren naturalmente. No me refiero al autoexterminio, sino la negación de quienes se sienten otros a su primavera. Lo incrustan en un marmoleo vegetalismo de rama vertical que en su estancamiento muere buscando agua.

No es que la gente sea mala en Chile, pero es aturdida. Le gusta el sufrimiento y lo feo. Se enternece, le gusta, le sirve. Ese drama poblacional victima de todo menos de sí mismo, porque ni él mismo lo conoce.
Conectarse con la visión del horizonte es crucial. El paisaje, es cierto, manda más que el lenguaje. Pero simplemente viajemos! Hagamos primavera en una temporada de bicicletas y piernas largas. Nada está perdido cuando logra encontrarse.

A veces hay que retroceder y más que eso moverse, circular, empoderarse y descender a la tierra y mirarla como el planeta que es, y desde ahí entender la maravilla.

Súper terrible lo del paco que da la sensación de que ya somos gringos y lo hemos logrado. Que estamos de verdad cagados y nos vamos a fulminar en cualquier momento, gracias a dios, porque no seríamos capaces de hacerlo por nosotros mismos, porque ese mismo ha sido trucado por un weón feo y cobarde llamado miedo.

Más allá de la tragedia de la pasta base metida con su qué en las poblaciones por sapos de la Dictadura, de la sociedad estratificada demoniaca y absurda que tenemos, de la verticalidad de la cordillera y de dormir en el larguero ideológico, incómodos por hacernos el leso con la verdad, hay un mundo afuera.

La oficina mata más que el cigarro, estoy segura. Vive, no como ¡Viven!, ese documental de zombies andinos, como todo zombie antropófagos. Vive como quien dice autocanibalizándote. Aprovechándote de tu primavera y vive comiendo de tus propios frutos (y por favor! No se malentienda! No me refiero a un sueldo y a eso de “yo me gano los porotos”, sino a algo intrínseco. Gracias por considerar la aclaración). Fin.