lunes, 3 de octubre de 2011
En forma
Tener un presidente que le queda grande el poncho, y no solo eso, sino que la camisa, la chaqueta, los pantalones y supongo que hasta los calzoncillos, de forma literal, es evidencia de lo informal o sin forma que tiene el poder en este momento nuestro país. Podríamos decir, a la manera de lo Ferdydurke, que la ciudadanía cayó ante el “podermiento” de la derecha. Presa de su necesidad de cambio, y con ganas de creer en una “nueva forma” de gobernar, se lanzó a la aventura y eso siempre requiere de la aceptación del ensayo-error.
Podríamos decir que la clave de la “nueva derecha” es precisamente ese vacío conceptual que la convierte en un experimento del que se pueden esperar inciertos resultados. En barbecho, en veremos, en rodaje, ajena a la fosilización en que se encuentra la antigua derecha, y el agusanamiento y podredumbre en que se encuentra la Concertación, tiene cancha tiro y lado, para incluso volver a repetir los errores del pasado como si fueran inéditos y frescos errores.
Esto pudiera parecer terrible, porque no puede ser que un país sea gobernado por gente en “pañales” con todo lo hediondo y repulsivo que resultaría, llegado el momento, tener que “mudar” a la elite. Pero es en efecto esa la mala manera, la mala forma de la derecha, la que nos otorga el poder de conseguir fisurar el podermiento por medio de la crisis, o crítica, o enjuiciamiento, de quienes no pudiendo detentar el poder, si podemos desacreditarlo.
El descrédito surge de la mirada de que un igual de falible, un igual de torpe, un igual de ridículo, venga a gobernarnos. Porque eso es en resumidas cuentas lo que sucede. Que reflejados nuestros defectos con estupor, hemos querido combatirlos.
Es cierto, existen grandes diferencias que aumentan aún más la coherencia de querer blandir la molov. No somos asesinos, ni tampoco nos hemos hecho millonarios por medio de la usura.
¿Qué hubiese sucedido si el mal menor hubiese sido la apuesta cuerda y lógica para continuar teniendo un país con gobernabilidad? Simplemente, en esa “forma”, típica en la mascarada, en la diplomacia chanta, en la democracia de los acuerdos y en la medida de lo posible, nunca se habría dado paso al caos que tiene por delante el génesis, por el puro devenir, sin promesas mediante, con el puro materialismo histórico como ciencia piloteando hacia el futuro.
Es por eso, que no tenemos que lamentarnos tanto. Porque efectivamente en estos cortos años se ha hecho más que en los 20 aletargados por la lógica procedimental y de las buenas maneras.
Porque está claro que no podemos seguir renegando de lo que somos, que debemos hacernos cargo de lo que eligieron los que sabían que no querían elegir más la pose, y que nosotros, los que no elegimos nada, porque no creemos en la elección de patrones, nos convino, porque devino en la forma de la no forma.
Ahora, peligroso me resulta que la “izquierda” que como la ultraderecha conservadora y pechoña, calza corazas y fuertes dogmas, continúe con las formas delimitadas impidiendo que se oxigene lo que se supone de verdad humano. Podríamos decir “lo que está en el fondo”.
Por ejemplo, Ricardo Lagos Weber, el unigénito que podría ser el llamado a desatar la hecatombe, el humano drama matando al padre, su triste legado, la farsa de un conglomerado del cual sólo queda la “forma”, está ahí, contento con la herencia, con lo que otros le construyeron como legado e incluso como personalidad, siendo que pertenece a la “generación de recambio” que pudiera romper con esos moldes. Pero no. La forma de madre encarnada por Bachelet, y de padre encarnado por Lagos Escobar, recrea su forma de hijo prodigo de la Concertación. Un hijo cómodo de esos que se queda a vivir para siempre en la casa de sus padres, o que a lo más, se construye una casa en el patio.
Por eso ahora es cuando, desde el amorfo sentimiento de un todo junto, parar con desmadre ese rígido esquema que desde la constitución de Moisés nos hostiga y amenaza, como si fuera, a cualquier intento de insubordinación, de autenticidad, de arrancamiento con los tarros de la cultura obligada, a rompernos en la cabeza las duras tablas de la ley escritas en piedra por el mismo Dios.
Y esa amenaza, hecha de la peor forma, quizás es justamente el arrebato que esperamos para reventar el cerebro humano, partirlo en varias partes, y liberarnos de las infinitas formas que tiene de solaparse para estar “en forma”.